sábado, 18 de enero de 2014

Observaciones del padre de la penumbra

"Dentro de nuestras piedras preciosas encasillaremos demonios de larga sonrisa y corta devoción. No podremos, aunque queramos, evitar manchar las cumbres de nuestra satisfacción con el más dulce y deleitante de los venenos.
Arderemos. Arderemos como largas hojas en la más seca de las tempestades. Triunfaremos. Triunfaremos como campeones ante nosotros mismos, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio.
Y tomaremos los peores vinos. Y perderemos las mejores manos. Y ya no existirá para nosotros el pecado porque hemos de olvidarnos que nuestras acciones son juzgadas por tinta, papel, sangre y estacas de plata sólida. Y romperemos promesas porque para cumplirlas hay que morirse sin romperlas; y eso es mucho tiempo. Y el tiempo es el dios más desconcertante de todos los dioses.
Desarrollaremos instintivamente el impulso de movernos como una serpiente sobre el barro sin que nos importe absolutamente nada. Nos arrastraremos y deslizaremos mientras metemos la lengua en cada rincón en el cual sea posible meterla para llenar el mundo con nuestra caliente saliva. Arderemos. Triunfaremos. Limpiaremos el lodo de nuestras escamas con sustancias peligrosas que nos lastiman, pero nos gustan; nos gustan tanto que nos esforzaremos por tener enormes cantidades en vasijas de oro sobre mesas de algarrobo.
Amaremos. Y amaremos también vivir en el recuerdo. Algunos en el recuerdo de gente que realmente les importa y otros en el recuerdo de gente que nunca conoció. Quedará también incrustado en el alma de nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, el recuerdo de una piel sobre nuestras escamas y un olor a pluma en particular. Y será la mejor de las piedras preciosas con el peor de los demonios dentro de ella. Nos desplomará y nos desintegrará el equilibrio para caer en un volcán sin fondo ese desafortunado demonio.
Entre nuestras heridas vivirán y morirán reyes y reinas de la botánica y la astronomía. Reiremos. Reiremos como reyes y gritaremos como reinas y princesas caprichosas sobre nuestros balcones soleados y nuestros licores de lluvia ácida. Espejismos fatales y pirámides esperan por nosotros. Frutas gordas y rojas nos broncearan el alma en el oasis de la incertidumbre y los largos viajes sobre las arenas más calientes y los más gélidos océanos. Será fresca, será hermosa la brisa en nuestro rostro desfigurado antes de que explote la tormenta sobre el débil esqueleto de nuestros hogares. Arderemos. Triunfaremos. Y nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, nos distinguiremos por el arduo intento de querer burlar al tiempo y a sus intensas reglas y condiciones.
Nos ahogaremos entre letras y números. Entre tinta y humo alzaremos la mano suplicando símbolos e intereses que nos despierten y nos mantengan rectos y despiertos. Rascaremos el ombligo de nuestras obsesiones con los dientes de las fieras más salvajes y los huesos de las criaturas más diminutas del planeta. Y tomaremos los mejores vinos. Y ganaremos las peores manos. Y pecaremos; pecaremos tanto que nos saldrán ampollas en los pies y enormes gotas en la frente cuando descansemos en lo más profundo e inquietante de la noche si es que, casualmente, logramos hacerlo.
Como arena en un reloj veremos nuestras rodillas desvanecerse con el paso de los años. Y así llenaremos de arena los ojos de las cabezas que pisamos sobre el barro. Y así nos llenaremos los ojos con arena de otras rodillas que se desvanecen sobre nuestras cabezas llenas de serpientes y barro.
Por eso lo lúcido y lo desquiciado debe de mezclarse. Por eso la luz y la oscuridad se funden en la penumbra: Para no excederse de valor y arder. Para no temer y triunfar. Para no perdernos en lo más extravagante de nuestros delirios de pecado. Para que nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, logremos dormir en paz."

Al terminar de leer estas palabras se sintió un poco desorientado y no le encontró mucho sentido al texto. Todo esto estaba tallado en un grueso tablón de madera que el joven, durante un paseo, había encontrado en medio de la inmensidad de un campo vacío. No parecía tampoco tener muchos años de antigüedad, y es por eso que esta persona supuso que había sido obra de algún artesano de los alrededores. Le llamó tan poco la atención que volvió a dejar el tablón de madera justo donde lo había encontrado para después subirse al caballo y volver al campamento con la familia.
No volvió a pensar en aquel texto hasta más tarde, en plena madrugada, estando solo frente a la fogata y tomando un trago: Estaba sumergido en la penumbra. En esa mezcla perfecta entre la luz del fuego y la oscuridad de la noche. Estaba inmerso en un color raro que teñía la tierra y los árboles, en un ambiente de eterna paz e inmenso equilibrio donde la nostalgia y la melancolía se bañan de un extraño consuelo y despiden una sonrisa leve como la luminosidad del momento ese en el que los años se congelan y el cuerpo parece desaparecer entre partículas de luz y oscuridad que copulan entre la suavidad de un aire sumamente estático. Ese mismo aire que respiramos nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio.

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