domingo, 12 de octubre de 2014

Caramelo de vidrio molido

-¡Sos un hijo de puta! ¡Eso es lo que sos!-
-¡¿Qué pretendés?! ¡¿Qué esté para vos cuando se te ocurra?! ¡No! ¡Sabés que no puedo, la concha de tu hermana!-
-¡Y, no! ¡Pero para coger bien que venís corriendo pedazo de forro!-
-¡Ah! ¡Y vos no hacés lo mismo, ¿no?!
-¡La otra vez te llamé porque estaba enferma y quería que me hagas un té! ¡Un puto té quería nada más!-
-¡Y, pero…-
-¡Un puto té! ¡Y yo con 39 grados de fiebre y aun así querías garchar! ¡Sos un hijo de mil puta!-
-Pero bien que te gusta garchar eh…-
Esto último, a pesar de lo terriblemente irónico que fue había sido la frase más calmada de la noche. Ella y él estaban discutiendo en el living de la casa de ella desde las 22:24 hs., y ya habían pasado once minutos de la medianoche.
-Ay no… Que asco que me das forro de mierda, sos lo peor.- Exclamó ella frunciendo todos los músculos del rostro mientras desviaba la mirada hacia otro lado.
-¡Y si te doy asco, ¿para que mierda me llamás, pelotuda?!-
-¡Porque a veces te extraño imbécil! ¡Y porque, según vos, también me extrañas!- Contestó ella antes de volver a mirarlo a los ojos.
-¡Sí! ¡Obvio que te extraño! ¡Pero sos muy hinchapelotas, carajo! ¡No puedo quedarme tanto tiempo acá con vos! ¡Entendelo mierda! ¡Entendelo!-
-¡No te pido mucho!- Repentinamente, un mar de lágrimas invadió sus rosadas mejillas. Se paró y se puso frente a él, como desafiándolo, como si no existiera llanto fuera o tristeza dentro de ella.
-¡No te pido mucho! ¡Nunca te pedí mucho, sorete de mierda! ¡¿Cómo le voy a pedir mucho a alguien que no me da nada?!- Quebró en llanto. Por cuarta vez en la noche quebró en llanto y se volvió a sentar tapándose la cara con las manos para después apoyar los nudillos sobre la mesa y mojar de nuevo el mantel. Él contestó golpeándose la frente con las dos manos y frotándoselas violentamente sobre toda la cara mientras miraba sin mirar el techo.
-¡Otra vez lo mismo! ¡Otra vez la misma mierda y el lloriqueo! ¡¿Toda la noche vas a estar así?! ¡¿Toda la noche?! ¡¿Te tengo que bancar así toda la noche?!-
Para el final de las efusivas preguntas, él había pasado de estar parado a estar sentado frente a ella golpeando la mesa a medida que hablaba-
-¡Pará un poco hijo de puta! ¡¿No podés tener un poco más de tacto?! ¡Toda la noche me trataste como el orto!-
Se paró y pateó una silla. Él permaneció sentado, nervioso e inmóvil mientras la escuchaba.
-¡Para esto no vengás una mierda, loco! ¡Toda la noche extrañándote para que caigás a las once de la noche con planteos pelotudos! ¡Que “te tengo cansado”!- Decía con tono burlesco- ¡Que “te sofoco”; que “necesitás tu espacio y no puede ser que te metas así”! ¡Al carajo, pelotudo, forro! ¡Ojala tuvieras razones para que te tenga cansado! ¡Ojala tuvieras una puta razón para que te tenga cansado! ¡Una solísima puta razón!-
Él se paró e imitándola, pateó otra silla que se chocó con la que ella había pateado hacía unos segundos, haciendo que las dos caigan al suelo.
-¡Sos una enferma de mierda! ¡Me tenés los huevos llenos! ¡Sos una enferma de mierda!-
-¡Y vos sos un hijo de puta! ¡Eso es lo que sos!
Las veinticuatro muelas de la habitación se friccionaban tan violentamente que la tensión del ambiente se adornó con un moribundo olor a vidrio molido; y el clímax de la ira había ya sobreexcedido el punto de ebullición de unas aguas que ninguno de los dos podía controlar.
-¡Me voy a la mierda! ¡Posta que me pudriste!-
-¡Ah! ¡¿Te vas a ir?! ¡¿Te vas a ir sin hacerte cargo, puto de mierda?!-
Él, sin hablar, respondió poniéndose la campera de espaldas y ya sin ganas de mirarla.
-¡Andate! ¡Andate rápido flor de culeado!-
Él se iba de su casa. Cruzó rápido el pequeño living, abrió la puerta que daba a la Avenida Roca y la cerró con una agresividad tan magnífica que los vecinos se asustaron.
Cinco décimas de segundo más después, ella abría la puerta para despedirlo.
-¡Ni se te ocurra volver! ¡Ni se te ocurra volver a llamarme! ¡Sos un hijo de puta! ¡Eso es lo que sos!-
Cinco décimas de segundo después ella cerraba la puerta y él ni siquiera se volteaba.
Una cuadra más adelante había un quiosco en el cual se compró una cerveza y un atado de cigarrillos.
Dos cuadras después le suena el celular. La mano que se metió en el bolsillo sabía exactamente de quién era la llamada, razón por la cual apretó el botón rojo para después configurar el teléfono en “Modo Silencio”.
Se sentó a esperar el colectivo en una esquina que no era la habitual para evitar que ella fuera detrás de él. El orgullo esa noche no se iría y el vehículo llegó después de dos o tres cigarrillos para dejarlo, como siempre, después de veinte minutos de viaje, exactamente frente a su destino.
Él había llegado a su casa. Cruzó despacio el enorme patio, abrió la puerta que daba a la calle Favaloro y la cerró con una tranquilidad tan magnífica que ni los grillos se asustaron.
Cinco minutos más tarde estaba fumando el último tabaco del día sentado en la mesa, en silencio, en un silencio más grande que el del celular que para ese momento tenía veintiún llamadas perdidas, ocho buzones de voz y cuatro mensajes de texto, todos del mismo número. Borró estos registros y subió a su habitación.
Allí se desvistió y se acostó. A su izquierda, una voz dulce como la verdad le hablaba mientras una cabellera negra como la mentira se le acurrucaba entre el hombro y el corazón.
-Mi amor… ¿Por qué tardaste tanto?

domingo, 31 de agosto de 2014

La ninfa de las cavernas

Fuera de la cueva el sol ardía radiante y secaba aún más la áridas tierras que me rodeaban.
Adentro, la caverna estaba extremadamente oscura, el suelo estaba repleto de larvas viscosas que caminaban entre los dedos de mis pies y por suerte el aceite todavía perduraba sobre la tela en la punta del bastón, aunque no fuera mucho el tiempo que le quedaba.
Mientras caminaba y meditaba sobre la extrema humedad del aire, noté que ya no sentía la hermosa viscosidad de las larvas ni oía el celestial y corto canto al momento de aplastarlas, sonido que en conjunto con el casi silencioso gemido de las telas al consumirse entre las llamas fueron los guías de aquella intrépida aventura; ahora mis pies calientes se reposaban sobre una esponjosa y espesa especie de arena que hacía mis pasos más lentos pero más cómodos de lo que se sentían en aquella viscosidad de víscera de insecto. Fueron solo unos segundos los que disfruté del relajante sedimento: En seguida las plantas de mis extremidades inferiores eran victimas de pinchazos dañinos y diminutos que no hacían más que molestar; y una simple molestia en aquel acogedor y profundo nido de paz y armonía era profundamente doloroso. Aunque, por suerte, la causa de tal molestia no era mas que la entrada hacia el encuentro con una necesidad fundamental. Unos pasos después sentí como mis pies se humedecían y se limpiaban de aquella viscosidad bañada en alguna especie de arena.
¡Si!- grité. Había sido lo primero que decía desde hace ya varias semanas. Me topé con un charco relativamente pequeño, con un manantial. Apoyé mi bastón sobre la pared mas cercana de aquella sucia caverna para lavar mi cara y mis manos en ese manantial que también era mío. Tanta era la euforia que fluía en mí que olvidé verificar si el agua era sana para el indispensable uso que le daba, aunque no hacía falta tampoco. Dicen que el agua es insípida, pero aquella que probé en las entrañas de la tierra era tan exquisita como una cena caliente, tan exquisita como el Vodka recorriendo una por una mis neuronas en el bar mas hediondo de aquellos inviernos de Moscú que tanto añoraba.
"Hora de seguir marchando", me dije mientras tomaba los últimos sorbos del agua con la que me hallaba fascinado. Tomé de nuevo el bastón y con ayuda de la luz que de él salía comencé a caminar sobre la arena húmeda. ¿Quién sabe con que otro terreno se chocarían mis pies? Esa era una divertida inquietud.
Avancé tan solo un par de pasos antes de que estos pensamientos y la silenciosa atmósfera de la caverna se vean corrompidos por un intenso ruido que se oyó como si una enorme piedra cayera sobre la superficie del manantial dejando sus aguas inquietas.
Al voltearme para ver que era lo que había perturbado pude ver solo una silueta indefinida entre la oscuridad, aunque había algo pequeño brillando en el aire. Roté el cuerpo entero y caminé hacia las orillas del manantial con el fuego del bastón en proa hasta que la llama me mostró la figura de una mujer negra como el petróleo que estaba parada en el centro del charco. Sus ojos se fijaron en mí acompañados de gestos neutros e inexpresivos que no llegaron a asustarme.
Me acerqué un poco más y me detuve cuando estuve lo suficientemente cerca de ella como para que el fuego del bastón me permita verla con claridad: Ella era calva y estaba desnuda. Solo traía consigo un escudo que al parecer estaba hecho de hueso y forrado con piel de cebra.
El reflejo del fuego era intenso en sus ojos que se estancaron en los míos. Alzó el mentón y con fiereza exclamó una frase que no pude comprender:
-Emuva zibe izingalo zami, emuva ngo emanzini. Lelo Umzila luyingozi.- No supe que hacer más que mirarla desconcertado.
-Emuva zibe izingalo zami, emuva ngo emanzini. Lelo Umzila luyingozi.- Repitió mientras bajaba el mentón sin dejar de mirarme. Hubo un momento de silencio y tensión en el que pensé que lo mejor sería dejar atrás a la mujer y seguir mi camino a través de la caverna aunque me intimidara mucho su aspecto de mercenaria. Comencé a retroceder despacio, aferrando los metatarsos en la arena húmeda sin desviar la vista.
-Emuva zibe izingalo zami, emuva ngo emanzini. ¡Lelo Umzila luyingozi!- Ella continuaba exclamando y yo continuaba retrocediendo sin que dejemos el uno de mirar al otro a pesar de que la distancia que aumentaba progresivamente oscureciera nuestro contacto visual. De a poco la arena se sentía seca y perdía la silueta de la mujer negra entre las tinieblas aunque sus ojos brillaban todavía radiantes en la lejanía.
-¡Lelo Umzila luyingozi! ¡Lelo Umzila luyingozi! ¡Emuva ngo emanzini!- El eco de sus gritos se deslizaba en las paredes de la cueva al mismo tiempo en el que, seguramente, sus ojos de fuego veían como la antorcha y yo nos encaminábamos en lo más profundo de la fosa en busca del sol de aquel día soleado que se ocultaba de nosotros. De un segundo a otro, el brillo de sus ojos desapareció y me volteé para caminar ahora de frente hacia quién sabe donde.
Las larvas volvieron a cubrir el suelo tal como lo habían hecho del otro lado del manantial. La viscosidad era de nuevo una extensión de mi cuerpo y el sonido de las larvas aplastadas era otra vez mi compañero en el ambiente que paso tras paso se apestaba de una humedad insoportable. El oxigeno era cada vez menor y como consecuencia me costaba respirar, tanto a mí como al fuego de la antorcha: Faltaba ya casi nada de tiempo para que esta se extinga y me dejara a la deriva, con una ruta desconocida al frente y una mujer cuya lengua no comprendía a mis espaldas.
El tamaño de las larvas era cada vez mayor y su textura más rígida. Ya no eran tan viscosas e incluso dolía pisar esas corazas que ahora hacían un sonido crocante e incomodo. El fuego agonizaba y la humedad se apoderaba de mi pecho desgarrándome la respiración.
La llama por fin se apaga y mi cuerpo no puede hacer otra cosa que no sea suspenderse en el mismo lugar en donde la luz falleció. Unos segundos más tarde comencé a hundirme en la densa capa de insectos mientras estos subían por mi cuerpo a través de las piernas, así que tuve que soltar el bastón que ya no me servía y ahuyentar a todo aquel bicho que intentaba escalar en mí.
Perdí el sentido de la orientación al forcejear con los cientos de insectos usando todo mi cuerpo. Ya no sabía en que dirección apuntaban mis ojos y, para colmo, estaba perdiendo la batalla contra aquellas larbas maduras. Estaba hundiéndome con la sensación de que no encontraría fondo, con la sensación de que la viscosidad y las corazas cubrirían hasta el último de mis cabellos.
De pronto, entre el arduo forcejeo y la intensa oscuridad pude ver un par de luces que se asomaban. Era, seguramente, mi última esperanza; eran, seguramente, los ojos de la negra cuya lengua no pude comprender.
Ella parecía no tener apuros. Se acercaba lentamente mientras sentía que las larvas cubrían ya mi ombligo y llegaban de a poco al pecho. Sus pupilas de fuego estaban todavía lejos y todo parecía indicar que no llegarían para mi socorro porque lo único que tenía libre eran la cabeza y los antebrazos, aunque por suerte me equivoqué al sentir que toqué fondo con las plantas de los pies sobre una superficie firme y caliente. Podía entonces permanecer ahí a la espera de aquella que, según supuse, me salvaría de tal calvario.
Pasaron unos segundos en los que me dediqué a escupir a todos aquellos insectos que intentaban hurgar en mi boca hasta que, por fin, vi muy de cerca y desde abajo la mirada encendida de la negra sin poder ver su rostro. Me tomó de los antebrazos extirpándome de esa insoportable horda de insectos, me cargó sobre uno de sus hombros y empezó a caminar sobre las larvas mientras yo me dedicaba a quitar esas pocas que me habían quedado adheridas al cuerpo.
Sus brazos eran pequeños y suaves pero la firmeza y fuerza de los mismos eran extraordinarios. Sentía en su piel oscura la misma fiereza con la que había exclamado aquella frase que no comprendí; la mujer ahora permanecía en silencio al, seguramente, haber entendido que aquella lengua que usaba no era comprendida por mí.
Creía que nos dirigíamos al manantial de la caverna, pero estaba equivocado: La humedad del aire se hacía cada vez más densa y el sonido crocante de las larvas maduras era más intenso. A lo lejos se veía arder unos leños que me daban a entender que estaba todavía un poco lejos del brillo del sol.
Al acercarnos de a poco al resplandor del fuego me di cuenta que la persona que me cargaba no era la negra, si no que era un hombre blanco no muy viejo que comencé a interrogar rogando que hablara en mi idioma.
-¿Hola?-
-¡Uh! ¡Ah¡ !Oh¡ Creí todo este tiempo que estabas inconsciente pequeño insecto curioso cansado perdido. Mi nombre es Zebilú y vivo aquí hace ya varios años varias horas varios días cansado... ¿Y tú?- Lo tomé por loco. El hombre hablaba con una excentricidad tan impactante que al principio me costó mantener fluidez en la conversación.
-Yo soy Roco, y solo quiero encontrar la salida de la caverna para disfrutar del sol.
-¡Oh! Afuera si que esta caliente el aire y la arena y los insectos y el estiércol. Se como salir, hace mucho tiempo que me quiero ir pero no puedo no debo no sería capaz.
-¿Me puede dejar bajar? Creo que ya puedo caminar solo...- El sonido crocante de las larvas maduras había cesado y además ya estábamos casi al lado del fuego. Noté que en las paredes de la caverna abundaban pinturas rupestres y frases que no comprendía.
-¡Uh! Claro, claro que te dejaré bajar Rolo...-
-Roco.-
-¡Ah! Claro, claro que te dejaré bajar Roco...- Me bajó de sus hombros con cortesía y me apoyó en el suelo que ya era de piedra y estaba tibio. Era placentero apoyar los pies ahí.
-Dijo que sabe como salir. ¿Podría por favor ayudarme?-
-¡Oh! Claro que te ayudaría Rosso, claro que te ayu-
-Roco.-
-¡Ah! Claro que te ayudaría Roco, claro que te ayudaría a ver el sol, pero te pido que también me ayudes porque quiero también irme. ¡Oh! Claro que también quiero irme pero no puedo.- La última oración sonó como el berrinche de un nene; aunque sonó también realmente triste y llegó a preocuparme.
-¿Y porqué no puede irse?-
-¡Uh! Allí afuera nadie querría pasar tiempo conmigo, se burlarían de mi y de mis caprichos y de mi graciosa postura y mis graciosos pies y mi graciosa forma de hablar. ¡Lo se porque más de una vez salí a buscar madera para el fuego y para mis esculturas! ¡Solo se ríen y me dejan solo! ¡Oh! ¡Eterna desdicha la que me toca vivir y comer y andar pintando por los suelos! Solo me aceptarían por mis esculturas. ¡Uh! Tan solo si ellos las vieran. Hermosas esculturas las que hago y las que corto y las que quemo.-
-¿Y porqué no se las muestra entonces?-
-¡Las quemo, Rombo! ¡Las quemo porque no estarían completas si no las quemara! !Uh¡ !Ah! ¡Oh! Si vieran todos lo hermosas que se ven cuando arden. Es un espectáculo hermoso divino traído del cielo resplandeciente.- Zebilú se sentó en un tronco.
-Y tampoco puedo sacar los pies en la arena caminar hacia la gente y mostrárselas porque no puedo sin ella, Rogo.-
-Roco.-
-¡Ah! Claro, claro Roco.-
-¿Se refiere a la negra que esta más atrás?-
-¡Claro que si! ¡Es ella es la ninfa es el rocío negro que ilumina es el sol oscuro de la caverna! ¡Uh! ¡Si supieras la pasión que en el corazón me nace cuando acaricia mi pecho! ¡Ah! !Si supieras lo hábiles que se vuelven mis manos cuando me baña en sus aguas! ¡Oh! !Si supieras las ideas que se encienden en mi cabeza cuando sus ojos de fuego me miran!- El hombre se paró y ahora me hablaba mirando el techo de la cueva con las manos en alto.
-¡Hace semanas enteras que intento esculpir algo sin su bendición y no puedo y no nace de mí nada y mis pies se ahogan! ¡Tengo que aprender a vivir sin ella para poder salir a mostrarle al mundo bajo el sol y bajo la luna mis esculturas! ¡Oh! ¡Tan solo si las vieran arder, ya no se reirían de mí y de mis caprichos y de mi graciosa postura y mis graciosos pies y mi graciosa forma de hablar!- Empezó a llorar.
-¡Pero ella es de aquí es de las aguas de la caverna es de la humedad y de las larvas! ¡Nunca me acompañaría hasta donde vive la gente porque ella es de la piedra y el polvo y la tierra! ¡Oh! ¡Eterna desdicha la mía!- No supe que hacer porque apenas conocía al tipo y además tampoco había visto alguna de sus esculturas.
Zebilú siguió llorando desconsoladamente hasta terminar arrodillado frente al fuego.
-¡Uh! ¡Ah! ¡Es insoportablemente malo estar sin su piel de olor a tierra sin la piel del escudo blanco y negro sin mi piel húmeda de sus aguas!-
Desde las tinieblas se asomaba una mirada fuerte y brillante. Los ojos se asomaron tanto que unos instantes después, gracias a las llamas, se empezó a definir la negra piel de la negra mojada en humedad que se acercaba con el enorme escudo de piel de cebra.
-Zebilú...- Dije, y el hombre quitó las manos de sus ojos mojados en llanto y me miró. Hice un gesto apuntando a la mujer y, ni bien la vió, salió corriendo y la abrazó arrodillado, apoyando el rostro y las lágrimas en el vientre de la negra que en seguida lo abrazó, lo acobijó con su escudo y le acarició los cabellos mientras vertía en él una importante ración de agua seguro proveniente del manantial.
-¡Uh! ¡Ah! ¡Oh!- Zebilú le besó el vientre, las piernas, el pecho, el rostro, las manos, los pechos, el rostro de nuevo y la manos también. Corrió hacia un pequeño baúl y sacó unas herramientas antes de acomodar un enorme tronco sobre una estructura de hierro que al parecer le servía de atril, en una zona bastante oscura de la caverna. Sacó del baúl un pequeño serrucho, un martillo y un formón.
Los pequeños trozos de madera y el aserrín volaban por doquier. La humedad del lugar se infestó del sudor del hombre que no paraba de trabajar en otra de sus esculturas, la primera de la cual yo sería testigo. La negra ya no estaba, se fue como llegó, sin emitir sonido alguno y dejando a Zebilú loco de inspiración frente al fuego que iluminaba y calentaba las paredes rocosas de la caverna.
El hombre terminó rápido su trabajo y la zona donde estaba terminado estaba tan oscura que no pude ver el resultado final; aunque rápidamente tiró las herramientas y sacó de su bolsillo un líquido con el cual roció su obra. Después prendió fuego la punta de una pequeña rama para apoyarla sobre su escultura: En seguida estalló una enorme hoguera que tenía entre sus llamas un elefante con los colmillos rotos que estaba parado con sus dos patas traseras sobre el sol. Me acerqué fascinado por la excelencia de sus detalles y por lo realmente hermoso que se veía mientras la combustión lo convertía en brasas.
Cuando estuve lo suficientemente cerca noté que había algo escrito sobre el sol:


Abran paso a las brasas
Ábranse, oigan los rezos
vean los rostros
Sientan las almas en llamas
oigan la leña arder
vean los rostros
los rostros que se queman en las brasas
El llanto hecho humo
Las brasas
Las caras que se queman en las brasas


Mientras terminaba de leer noté que una luz más fuerte que el fuego me golpeaba de costado. Me volteé entrecerrando los ojos y vi que, a pocos pasos, el sol se filtraba por una enorme entrada que se delataba porque Zebilú había corrido una roca gigantestca.
-¿Tan cerca estaba la salida?- Pregunté sorprendido.
-¡Oh! Claro que lo estaba, Ronco pequeño insecto curioso. No te lo dije para que te quedes a ayudarme, pero ya no necesito ayuda. ¡Todo lo que quiero esta aquí! ¡Ah, para que preocuparme por aquellas sanguijuelas negras eternas negras sanguijuelas que solo se ríen de mí! ¡Para que si tengo mi negra ninfa eterna sol oscuro de la caverna! ¡Si quieren ver la hermosura de mis esculturas, que aquí vengan bienaventurados como tú llegaste sin caballo ni yelmo ni camello y con los pies valientes y desnudos! ¡Vete, amigo mío único que vió el fuego de mis obras arder, vete y vuelve cuando quieras!-

Salí oyendo como la piedra cerraba la salida de la caverna volviéndola a sumergir en la más profunda de las oscuridades. Afuera el sol ardía sin piedad, tal como lo esperaba y lo esperé durante semanas. A unos pocos kilómetros, en un horizonte cercano, entre el ardor amarillo de la arena y el azul del cielo se podía ver un pequeño pueblo. Comencé a caminar hasta él con la certeza de que volvería a pisar las larvas y a respirar la densa humedad del interior de aquellas cavernas rocosas.

miércoles, 29 de enero de 2014

-

Y así nos pasábamos horas, acribillando nubes con el polen que se desprendía de nuestras cabezas cuando el viento nos mecía sobre esta porción de tierra seca que por momentos es barro rancio de un pantano en algún país verde.
Sobre los sedimentos de esas flores que no se regalan ni se encuentran en jardines ajenos.

sábado, 18 de enero de 2014

Observaciones del padre de la penumbra

"Dentro de nuestras piedras preciosas encasillaremos demonios de larga sonrisa y corta devoción. No podremos, aunque queramos, evitar manchar las cumbres de nuestra satisfacción con el más dulce y deleitante de los venenos.
Arderemos. Arderemos como largas hojas en la más seca de las tempestades. Triunfaremos. Triunfaremos como campeones ante nosotros mismos, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio.
Y tomaremos los peores vinos. Y perderemos las mejores manos. Y ya no existirá para nosotros el pecado porque hemos de olvidarnos que nuestras acciones son juzgadas por tinta, papel, sangre y estacas de plata sólida. Y romperemos promesas porque para cumplirlas hay que morirse sin romperlas; y eso es mucho tiempo. Y el tiempo es el dios más desconcertante de todos los dioses.
Desarrollaremos instintivamente el impulso de movernos como una serpiente sobre el barro sin que nos importe absolutamente nada. Nos arrastraremos y deslizaremos mientras metemos la lengua en cada rincón en el cual sea posible meterla para llenar el mundo con nuestra caliente saliva. Arderemos. Triunfaremos. Limpiaremos el lodo de nuestras escamas con sustancias peligrosas que nos lastiman, pero nos gustan; nos gustan tanto que nos esforzaremos por tener enormes cantidades en vasijas de oro sobre mesas de algarrobo.
Amaremos. Y amaremos también vivir en el recuerdo. Algunos en el recuerdo de gente que realmente les importa y otros en el recuerdo de gente que nunca conoció. Quedará también incrustado en el alma de nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, el recuerdo de una piel sobre nuestras escamas y un olor a pluma en particular. Y será la mejor de las piedras preciosas con el peor de los demonios dentro de ella. Nos desplomará y nos desintegrará el equilibrio para caer en un volcán sin fondo ese desafortunado demonio.
Entre nuestras heridas vivirán y morirán reyes y reinas de la botánica y la astronomía. Reiremos. Reiremos como reyes y gritaremos como reinas y princesas caprichosas sobre nuestros balcones soleados y nuestros licores de lluvia ácida. Espejismos fatales y pirámides esperan por nosotros. Frutas gordas y rojas nos broncearan el alma en el oasis de la incertidumbre y los largos viajes sobre las arenas más calientes y los más gélidos océanos. Será fresca, será hermosa la brisa en nuestro rostro desfigurado antes de que explote la tormenta sobre el débil esqueleto de nuestros hogares. Arderemos. Triunfaremos. Y nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, nos distinguiremos por el arduo intento de querer burlar al tiempo y a sus intensas reglas y condiciones.
Nos ahogaremos entre letras y números. Entre tinta y humo alzaremos la mano suplicando símbolos e intereses que nos despierten y nos mantengan rectos y despiertos. Rascaremos el ombligo de nuestras obsesiones con los dientes de las fieras más salvajes y los huesos de las criaturas más diminutas del planeta. Y tomaremos los mejores vinos. Y ganaremos las peores manos. Y pecaremos; pecaremos tanto que nos saldrán ampollas en los pies y enormes gotas en la frente cuando descansemos en lo más profundo e inquietante de la noche si es que, casualmente, logramos hacerlo.
Como arena en un reloj veremos nuestras rodillas desvanecerse con el paso de los años. Y así llenaremos de arena los ojos de las cabezas que pisamos sobre el barro. Y así nos llenaremos los ojos con arena de otras rodillas que se desvanecen sobre nuestras cabezas llenas de serpientes y barro.
Por eso lo lúcido y lo desquiciado debe de mezclarse. Por eso la luz y la oscuridad se funden en la penumbra: Para no excederse de valor y arder. Para no temer y triunfar. Para no perdernos en lo más extravagante de nuestros delirios de pecado. Para que nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio, logremos dormir en paz."

Al terminar de leer estas palabras se sintió un poco desorientado y no le encontró mucho sentido al texto. Todo esto estaba tallado en un grueso tablón de madera que el joven, durante un paseo, había encontrado en medio de la inmensidad de un campo vacío. No parecía tampoco tener muchos años de antigüedad, y es por eso que esta persona supuso que había sido obra de algún artesano de los alrededores. Le llamó tan poco la atención que volvió a dejar el tablón de madera justo donde lo había encontrado para después subirse al caballo y volver al campamento con la familia.
No volvió a pensar en aquel texto hasta más tarde, en plena madrugada, estando solo frente a la fogata y tomando un trago: Estaba sumergido en la penumbra. En esa mezcla perfecta entre la luz del fuego y la oscuridad de la noche. Estaba inmerso en un color raro que teñía la tierra y los árboles, en un ambiente de eterna paz e inmenso equilibrio donde la nostalgia y la melancolía se bañan de un extraño consuelo y despiden una sonrisa leve como la luminosidad del momento ese en el que los años se congelan y el cuerpo parece desaparecer entre partículas de luz y oscuridad que copulan entre la suavidad de un aire sumamente estático. Ese mismo aire que respiramos nosotros, los orgullosos ángeles de hierro con insomnio.

domingo, 5 de enero de 2014

Breve situación de dos hombres tristes

Con suficientes heridas en la espalda como para alimentar a una centena de sanguijuelas, el hombre siguió caminando sin queja alguna con un ojo más abierto que el otro y una de las piernas casi sin vida que dibujaba una linea punteada sobre las calles de tierra. El sol le atormentaba la cara y los recuerdos de cristal se trizaban en su oído mugroso.
'Hay olor a lluvia', piensa... 'Hay olor a lluvia'. Y claro que llovió. Llovió desde la medianoche hasta las cuatro y treinta y nueve de la mañana.
Pasó con rumbo raro entre jazmines y lupinos de brea, soñando con algún cacho de tela que le limpie la jeta siempre reseca delante del sarro de los dientes. Todo se mueve, heliocéntrica y melancólicamente respetando sus mareos; se mueve todo como la bilis en el pecho, como el sexo con las cenizas y las botellas todo se mueve. Se pregunta una y mil veces, ¿que hace un hombre caminando sin rumbo llevando solo un encendedor de plástico y una petaca dorada? 'Por lo menos la petaca brilla', se contesta. Y claro que brilla. Brilla cuando la noche es tan larga que desaparece sin previo aviso; herida... herida y lastimada la noche por todos nosotros, los hombres y mujeres de los encendedores de plástico y las petacas doradas.
Camina y la petaca pesa. El sol molesta demasiado y los pájaros no dejan descansar la mente. '¿Que más se puede esperar de los pájaros que aman ser libres?', piensa. Y piensa terriblemente bien, asquerosamente lejos de lo errado.
'La petaca pesa', piensa. 'La petaca pesa y esta tan lastimada espalda no la soporta'. Se para frente a otro hombre que estaba de espaldas y deja caer la petaca en el suelo. La petaca impacta en el suelo y brilla aún más. El sonido estridente del impacto llama la atención del hombre que de espaldas miraba la nube negra que se asomaba rápido, muy rápido. Éste voltea todo su cuerpo y se asoma mirando fijamente al individuo de la espalda lastimada, excepto cuando se agachó para agarrar la petaca dorada y llevarla a su bolsillo. La mirada fija siguió por unos pocos segundos y sonrío levemente con cierta falsedad para volver a pararse exactamente donde estaba y seguir mirando la nube negra que se asomaba.
Con mucha precaución el hombre de la boca reseca se sienta sobre una roca procurando que no haya respaldo para que nada toque su espalda. Mira también la enorme nube negra que se asoma desde el norte opacando el brillo casi muerto de la petaca que todavía se dejaba observar por el pequeño agujero que el nuevo dueño de la petaca tenía en el bolsillo; y así, como si nada, una pequeña pero violenta ventisca comienza a mover las partículas más pequeñas de la tierra de la calle. En segundos, la pared de polvillo era densa, aunque no lo suficiente como para esconder la silueta del hombre que estaba parado de espaldas al hombre de la espalda lastimada que seguía sentado sobre la roca sin respaldo. Ahora la nube negra estaba justo encima de ellos mojándolos con una fresca tormenta. El hombre que yacía sentado agradeció que la tormenta ahuyente el molesto canto de los pájaros de la media mañana y le limpié las ropas, el pelo, la espalda, el alma... El hombre que estaba parado, en cambio, sintió la pesadez de la petaca dorada y el abrigo de denso algodón completamente empapado. Sacó la petaca de su bolsillo y la alzó mirando al hombre de la espalda lastimada, como brindando con él, como dedicándole el largo trago que a continuación le dió. Luego de esto, dejó caer la petaca y caminó en dirección a la autopista que lleva a la ciudad. Y así fue como su historia llegó a su fin dentro de esta historia. De ahora en más seguramente la autopista lo llevaría a la ciudad para vivir rodeado de humo, putas, encendedores dorados y petacas baratas, lejos de petacas brillantes que tienen una carga que es demasiado para él.
El hombre sentado de la espalda lastimada se quedó unos segundos observando la espalda del hombre que se alejaba. Cuando volteó la mirada no pudo fijar las retinas en otra cosa que no sea la petaca dorada que quedó tirada en el suelo dándole brillo a cada una de las gotas de la tormenta que la golpeaban y se dividían luego del impacto. Este recipiente ahora tenía como aura un arcoiris del tamaño de un disco de vinilo long play, y su enorme belleza atrajo inevitablemente la atención del hombre que se paró y lentamente camino hacia el para levantarlo, abrirlo y darle un trago lento y cálido.
Clara, pura y fuerte fue esa imagen: De un lado, las gotas de lluvia teñidas de rojo caían lentamente por su espalda. Del otro, las gotas saltaban desde la petaca teñidas de dorado a través de un pequeño arcoiris. Y esa fue su última fotografía luego de perder quién sabe cuantas docenas de milímetros de sangre, aferrado al peso de la petaca dorada en su mano derecha y a la sencillez del encendedor de plástico todavía seco entre la tormenta y dentro de uno de sus bolsillos; partió con una enorme sonrisa al saber que se fue sin poder resistirse al brillo de eso a lo que su corazón no pudo no aferrarse.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Espíritu adicto al sueño

Se ve brillar el sol
dentro de este frasco
entre el escándalo
todo se ve más oscuro
más lúgubre y distante
que de costumbre
es la singular manera en que se pudren
los ensambles, los estantes
donde el polvo cubre las botellas
y las doncellas mueren sin abrazos
ni estrellas, ni latigazos
de intrépidos lagartos y vasallos
que cubiertos de piel seca
deambulan con espanto
ocultando sus muecas
tristes, sedientos, borrachos
los estragos de las fieles hienas
que celebran el entierro de la vida
evitando la caída de hormigas
que blasfeman y se mezclan en la hiedra
en la tierra que entrecierra las espigas
de la medianoche.

El derroche, el entierro
desenfoque de pulmones y relojes;
alegrías desmedidas, alegrías
hay alegría aunque el alma llore
y haga tregua con las voces de los pobres errores
que nos condenan.

Tengo cierta perversión;
tengo frío, tengo sueño
y pretendo descansar entre la brisa
entre las entrépidas caricias
del violento viento
entre el estruendo de la espiga
de la medianoche.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Una simple ola de pánico dentro de una botella de vino

El naufrago herido se levanto con una mano mientras con la otra ejercía presión sobre el hombro en el cual se posaba la hemorragia más grande. Llegó a la orilla del verde mar que lo rodeaba, tomó la botella de vino a medio terminar y antes de colocar de nuevo el corcho y lanzar el recipiente a la inmensidad del océano puso dentro esta breve carta:

El más mínimo grano de sal que se posa sobre el aura roja de mi piel genera estragos. Que amplia, que enorme la laguna de desdichas estancada en lo más profundo del alma de este esqueleto híbrido de risas falsas y penas. Risas de cartón dorado, de cuerdas viejas que no fallan ante la más primitiva tormenta que arrasa con el consuelo dulce que descansa dentro de unos cocos de acero templado y espinas de amoniaco. Antídoto ante la fidelidad fallida; alterne de sal, de gas, de ases ocultos en lo más profundo del ser cubiertos de una ceguedad indescriptible. Soles que chocan y un fuego que crece, decrece y muere cual gigantes rojas que hacen el amor a billones de años luz de este vacío recipiente de plasma gélido que protege un sentimiento pegajoso que no vale la pena proteger ante tanta nebulosa pestilente. Como llama la atención el modo en que la gente se mueve con el lodo casi a la altura del ombligo, ¿será por la desnudez? ¿será por el fuerte carácter con el que algunos nacen y perecen entre la niebla?.
En esta mentira de poesía, te ruego santa María que me ofrendes un trozo de tu carne virgen para cubrirlo de granos de sal y secarlo frente a la lívido de las gigantes rojas que protegidas de silencio desde lejos ríen de nosotros los tristes mortales que invertimos más tiempo en depresión que en alegría. ¡Viva! ¡Viva la mentira que nos alimenta más que la verdad! ¡Viva el tronco de egoísmo que sostiene las hojas verdes de nuestro orgullo inquebrantable, a pesar del frío invierno y del engañoso otoño!
Que siniestro, que enorme el volcán de grasa que se interna por las noches en el lado izquierdo del pecho mientras intento dormir cubierto de escamas malolientes, rodeado del cariño de la orgía de los camaleones fluorescentes.
Que calmo es el océano cuando la selva grita y la arena tiembla bajo el misterio de un cielo que quema cuando sueño en esa nube de azufre que tiene dentro mis fantasías vivas y mis sueños muertos. Querido océano, ruego que logres descorchar esta mezcolanza de vino y vómito escrito, porque necesito tu infinita ayuda, tu deliciosa espuma y la bruma que nace del llanto y del espanto de tu herencia.
Deléitate con un trago y entremos en contacto aquí mismo, con esta nota y esta botella como nexo eterno de un amor/consuelo platónico. Cúrame, cúrame de esta herida de despechos en el lecho de tus manos verdes y algas pestilentes que son madre de los más deliciosos perfumes que hace rato están fuera del alcance de estas sucias fosas nasales. Seamos homogéneos: El océano, la lívido de las gigantes rojas y este esqueleto híbrido de risas falsas y penas. Infusión del óxido de las cadenas que manchan la arena donde estoy a punto de caer muerto si el gas y la sal no limpian mis heridas, si no detienen mis hemorragias bautizadas por la putrefacción del pasado que flota en este presente de puro naufragio.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Obsidiana

Soñar con espejismos
con altísimos abismos de misterio
dentro nuestro
los antiguos peligros
las mareas altas
los exorcismos.

Soñar con cataratas
sobre piedra verde
verde y negra
tu aura, tu brillo,
tu alma de obsidiana.

Tomar en la mañana
nubes de cigarrillo
un poco más de calma
de instinto, de vino tinto
negando la inevitable derrota,
la insensatez de esta piel roja
se pasea en el recinto
de mis sueños.

Tengo los pies sin rumbo
y no lo disfruto.
No disfruto la pesadez
de soñar con egoísmo
y despertar con culpa.
Soñar con egoísmo
despertar con culpa.

Soñar con veredictos,
caóticos narcóticos
con mi enemigo
mis reemplazos.

Soñar con egoísmo
despertar con culpa
esa culpa que nació al romper
la obsidiana de tu alma.


domingo, 29 de septiembre de 2013

Triángulo

¿Cómo volar sin tacto
tan descalzo entre el gris
de una arena humedecida por la lluvia
de una lengua barnizada por tus penas,
alcohol, leña y el turqueza
de las libélulas?

Arena, acto, tacto, contacto
y ciento cincuenta y nueve
millones de estrellas viejas
que dejan a su paso la ventana abierta
para que hablemos de nada
hasta que el sol esconda todos esos triángulos
todos esos miles de millones de triángulos.

Que dulces que saben cada uno de tus ángulos.
Cómo queman, cómo arden, como enervan
en el alma tus ciento ochenta grados,
tu vergüenza, tu pasado;
El olor a eso, el olor a cuello;
La vergüenza, la pereza;
la destreza de atraer con magnetismo
estas manos de mármol helado,
palabras eternas y lunares quemados.

Cómo extraño la vereda, el aliento
el recuerdo del veneno
en los poros de la piel.
El cienpies inquieto
adicto a la miel
que controla nuestros dedos,
nuestros rezos, nuestros peores momentos.

Ya no hay margen de error
ni derecho al perdón
en el trazo de los lados
con estas manos de mármol helado.
En este triángulo hermoso
que ya no es equilátero.

domingo, 2 de diciembre de 2012

La caída

Si te sostengo no es para que no caigas, simplemente te estoy ayudando a subir para soltarte después en una caída más intensa.

El aire se hace más pesado y empieza a complicarse una acción que durante toda nuestra vida resultó tan sencillo y cotidiano: Respirar. Inhalar, exhalar; inhalar y exhalar para volver a inhalar y exhalar. No existe, creo, un ciclo tan circular como el de la respiración (aunque en estas alturas, estando tan alejado verticalmente del nivel del mar, ese círculo parece deformarse o entrecortarse muy sutilmente).

La vista se nos nubla, aunque todavía te veo subiendo conmigo, esperando algo que no va a suceder porque simplemente te voy a soltar y vas a caer. Me gustaría ver exactamente en que punto del globo terráqueo vas a colisionar; o que parte del cuerpo es aquella que dará de lleno contra el suelo (el suelo o el agua. O porque no, un árbol o la cima de alguna montaña que apunta en dirección a nuestro ascenso, ese ascenso que avanza en relación a la fuerza de tu futura caída), pero al parecer, desde tan alto no creo ser capaz de ver tal colisión. Desde este extremo nivel de altura los edificios son como hormigas que empiezan a difuminarse y a mezclarse visualmente con el relieve del continente entero: Miro más atentamente hacia abajo y ahí esta, gloriosa y radiante, toda Sudamérica, más hermosa que en los dibujos cartográficos y sin una sola frontera (que no sean los Andes o el Rio de la Plata)

Por el momento ascendemos, simplemente ascendemos y pienso en vos.

Llega, improvistamente, el momento de soltarte. El oxigeno es casi inexistente y el vértigo es ya aterrador. Cierro los ojos para que se haga más fácil realizar por fin este extraño deseo de verte caer: Cierro los ojos, simplemente cierro los ojos y te suelto entre gases livianos y un ciclo de respiración en el cual el círculo se transformo ya en una línea recta que roza el fin.

Pierdo el control de mi cuerpo. Me empiezo a marear con una sorprendente intensidad y una ráfaga me golpea el cuerpo. Abro los ojos, simplemente abro los ojos esperando que la caída nos separe y te estés alejando, que tu silueta sea cada vez más diminuta, tal como pasó con los edificios que se difuminaban y se mezclaban visualmente con el relieve del continente entero. Y así fue exactamente como te vi cuando abrí los ojos, pero era yo el que caía en picada hacia quien sabe que tipo de superficie que me esperaba en la inmensidad de Sudamérica. Ahora son vos junto con las estrellas las que se alejan. Siento ahora la fuerza de la gravedad con la misma intensidad que tenían mis ansias ante la aproximación de tu supuesta caída. Atravieso con violencia las nubes y te pierdo de vista, pierdo de vista ese cuerpo que permaneció y permanece suspendido en las alturas viéndome caer.

Sudamérica esta cada vez más cerca y vuelvo a distinguir los edificios de Buenos Aires y Sao Pablo. Estoy por caer de lleno en el globo terráqueo y el quebrar de mis huesos se va a oír entre los vientos, cruzará los mares y los desiertos anunciando mi lamentable muerte. No será más que otro sonido de la naturaleza que será ignorado.

¿Qué hago todavía manteniendo esta inexistente conversación con vos? Estas palabras carecen de sentido y no hacen más que darle peso a mi cuerpo, silencio al viento y fuerza a la gravedad que tira de mí como un títere de cuerda.

Espero simplemente que la casualidad o causalidad destroce mi cuerpo en el hábitat natural de esos animales que me verán como alimento y no como cadáver: Deseo fervientemente ser el alimento de colmillos carnívoros o garras carroñeras, hogar de gusanos, aroma putrefacto para enormes moscas y abono de inmensos árboles y pequeños hongos. Que mi muerte sea la vida de otros seres en ese ciclo circular que es más circular que la respiración: Vida, simplemente vida. Que mi carne sea la carne de las especies salvajes que merodeando vean mis extremidades fracturadas y mis órganos en la superficie, y no una simple noticia que no pueda explicar el suceso ni identificar este rostro deformado por el impacto sobre el cemento gris.

Por el momento caigo, simplemente caigo y pienso en vos.

Tal parece que mi deseo se hará realidad. Mi cuerpo esta justo encima de la selva amazónica. Atravieso la pared de humo producto de un incendio forestal, la pared de hojas de un árbol altísimo y un golpe cuyo impacto no llegué a sentir me quita automáticamente la vida.

Mi vista se oscurece pocos segundos, y ya la estoy recuperando en algo parecido a un purgatorio. Veo que aquel cuerpo que ya no me pertenece flota sobre una de las afluentes del río más enorme del globo terráqueo. En pocos segundos ese cuerpo (más conservado de lo que lo esperaba) pasa a ser propiedad de un pequeño cardumen de pirañas que devoran hasta el último de lo que solían ser mis huesos.
Muerte que da vida, ese hermoso círculo en el cual la naturaleza establece equilibrio y conexión.

La vista se me oscurece y siento que vuelvo a nacer. Volví a ser un embrión, el embrión hijo de alguna de las pirañas que me devoró. En la distancia veo tu cuerpo caer atravesando la pared de humo y la pared de hojas de aquel árbol altísimo, pero tu colisión es en tierra firme. Se oye el quebrar de esos huesos (que de ahora en más no te pertenecen) entre la inmensidad de la selva, y esta misma parece no notarlo. Solo una enorme ave esta emprendiendo vuelo tiritando del susto, y en su despegar esta volando sobre mí, un embrión que espera volver a verte en los ojos de algún yaguareté. Un embrión que esta naciendo para devorar y debe morir para mantener encendida la antorcha que ilumina la vida de la selva.