miércoles, 24 de agosto de 2011

Treinta y dos minutos

Estaba ansioso. La mano que sostenía su cigarrillo de tabaco negro se movía sin control, casi parecia estar fuera de ese cuerpo ligeramente delgado y de estatura media. La otra mano, en cambio, sostenía con firmeza un paraguas negro que protegía de la lluvia al suéter de rombos verde con detalles bordo que siempre usa en ocasiones especiales, ocasiones como aquella.
Calmó las ansias y el nerviosismo sentandose en un banco de cemento, mientras oía y observaba las gotas de agua impactar contra el pavimento o las veía ya fundidas en una sola sustancia fluyendo en la canaleta, empujando las pocas hojas caídas que tiene la húmeda primavera.
Le encanta el movimiento delicado de la naturaleza y su respectivo sonido, ya que según él, son dos partes de un placer exquisito que esta todo el tiempo y en todo lugar tentando a nuestros cinco sentidos. Fue aquello, ese gusto único y particular lo que lo llevo a ese escenario: A estar sentado junto a la inseguridad, debatiendo consigo mismo y lamentando el hecho de no tener el valor para dar una última probada al cigarrillo, cruzar despacio la calle apuñalada por la lluvia y darle a ella la sorpresa que tanto esperó darle desde aquel momento en que la vio radiante y feliz, con un vestido verde bosque y el pelo suelto. Aquel día estaba soleado, la señorita salía de la florería del barrio con un girasol entre sus manos blancas y una enorme sonrisa bajo los ojos grandes y también negros, que por un corto lapso de tiempo se estancaron en la mirada de él:
-Hola!- Antes de girar la cabeza para caminar de manera sutil y a los pocos segundos entrar en una casa con un jardin sencillo, un árbol delgado de solo aproximadamente dos metros de alto y un cesped prolijo y corto. Él no pudo contestar.
Esa sonrisa limpia y esa voz dulce y femenina fueron también las razones que lo llevaron de vuelta a esa cuadra mojada para darle una sorpresa. Única y sencillamente fueron ese delicado movimiento junto a su respectivo sonido los que despertaron el amor en él.
El recuerdo de aquel día le dio a luz el valor que le faltó durante esos 27 minutos bajo el paraguas: Le dio la última probada al tabaco negro, se paró y cruzó la calle a paso danzante bajo el diluvio. Cerca ya de la casa, busco una entrada que no sea la principal. Era fiel a su idea de darle una sopresa inolvidable a una persona que, según su apreciación, se lo merecía.
Pasó al lado del jardín hacia una especie de sector para los autos que estaba a la izquierda de la casa, evitando la puerta del frente y tratando de no chocar la bicicleta apoyada en la pared, como así también no delatarse ni delatar a su paraguas ya cerrado con el ventanal enorme que había al costado del hogar donde se escabullía. Al llegar al fondo de la casa notó instantaneamente la afición de la joven por el floricultivo. Soltó el paraguas negro y se acercó soprendido a una especie de invernadero pequeño, cuya transparencia dejaba ver una gran y hermosa variedad de flores de todos los tamaños y colores. Él, de flores mucho no sabe, pero aquella vez no tuvo problemas en dejarse llevar por la belleza y absoluta sensibilidad visual del sencillo cultivo. Notó también que ella es una persona muy inteligente: El pequeño sistema de riego del invernadero en caso de lluvia no era poca cosa, era sin lugar a dudas un trabajo que requería tanta lógica como precisión al momento de construirlo. Apreció la obra mientras su amor por la joven crecía como lo hacían los lupinos amarillos al frente de él, en aquella primavera inolvidable para los dos.
Dio media vuelta y notó la puerta trasera de la casa de dos pisos y ladrillos naranjas. Entró haciendo todo lo posible para que su llegada sea sigilosa, rogandole a la suerte el hecho de no tener que subir por las escaleras para el conciliar el encuentro, ya que eso arruinaría la sorpresa. Ya dentro del lugar, fue conciente de que estaba en el hogar de una persona alegre y optimista: La puerta daba a una especie de pasillo con decorados rústicos y colores cálidos. A pocos metros de la entrada habia un baño extremadamente limpio, y al frente del mismo un cuadro impresionista reposaba colgado medio metro arriba de una mesita de madera que autodelataba su origen artesanal.
Jarrones, flores, cuadros, plantas y un sahumerio de lavanda encendido. Ella efectivamente estaba ahi.
Pasados unos pocos segundos, él oyó desde una corta distancia música ambiental: Unas hermosas cuerdas clasicas acompañadas de un arpa y un xilofón. Sencillez, delicadeza mire donde mire tentando a sus cinco sentidos. Se dejó llevar y caminó en direccion a la armonía cruzando una especie de sala de estar espaciosa con un ventanal enorme de cortinas blancas. Al salir de ahi encontro lo que buscaba: Una imagen gloriosa, unos cabellos negros cubrian la mitad de un torso refinado que unido a dos largas piernas sumaban un cuerpo hermoso, golpeado de costado por la poca luz del sol que las nubes lluviosas dejaban entrar por la ventana de lo que parecía ser la cocina.
Se acercó lentamente, casi reteniendo la respiración. Le costaba respirar y las pupilas se le dilataban más y más a medida que se acercaba. La tomó suavemente por las caderas, corrió delicadamente su cabello y con los labios recorrió el lado del cuello que estaba siendo iluminado por la claridad del día. El notó que lo reconoció y entonces acarició su rostro, más precisamente su boca. A medida que la endorfina y la adrenalina recorrían su delgado cuerpo, la desvestía caballerosamente mientras oia como ella tambien susurraba el placer que se merecía. Cuando terminó de descubrir el inmeso territorio de su piel quitando su vestido veraniego de color lila, pregunto con suma calma cerca de su oido donde estaba la habitación, a lo que ella indicó que había que subir las escaleras y pasar a la primera puerta del lado derecho. Cuidadosa y cariñosamente sostuvo la blanca piel con los brazos y las manos para subir a la habitación: Una vez allí, la tendió cálidamente sobre la espaciosa y suave cama de plaza y media, bañada en sábanas naranjas de tono casi marrón claro. Terminó de descubrir su cuerpo quitandole las pocas prendas que llevaba puesta, sin dejar nunca de lado la delicadeza que constantemente tuvieron sus dedos. Abrió sus piernas con cuidado para darle rienda suelta a una pasion mutua, a una explosión de emociones y gritos desenfrenados que se desahogaban en una habitación que en ese momento para ninguno de los dos existía. Ella acariciaba su espalda y él la amaba, así durante treinta y dos minutos. Treinta y dos minutos.
Al terminar él la vio tan radiante y feliz acostada en un extremo de la cama con los cabellos negros desordenados, que le hizo recordar ese día afuera de la florería. El hombre se acercó y se despidió con un beso suave en la frente que duró unos tres segundos, mientras en su rostro se marcaba una leve sonrisa satisfecha. Se marchó, contento por haber concretado la sorpresa que un ser hermoso como aquella dama se merecía.
Estaba equivocado. Su mente dispersa y atrofiada no le deja ver mas allá de sus placeres.
Ella se sentaba en el sillón color ceniza que está en el medio de la sala de estar a tomar té verde siempre que llovía, mientras escuchaba las gotas golpear el techo y veía crecer a través de la ventana con cortinas blancas al árbol de aproximadamente dos metros, su único hijo.
En esa ocasión notó que un hombre estaba sentado al frente de la cuadra, tenía un gran paraguas y un suéter llamativo que según ella le quedaba muy bien. Lo recordó, recordó que hacía unos días lo había saludado afuera de la florería sin recibir un gesto a cambio. Se preguntó que podía estar esperando allí bajo la lluvia, consumiendo tabaco negro de la forma en que su padre lo hacía... No le prestó más atención y fue a encender un viejo tocadiscos que el abuelo le regaló cuando tenía 13 años. Las cuerdas, el arpa, el xilofón y los recuerdos de su padre y abuelo la acompañaban mientras lavaba una taza y la vajilla del mediodía. Miró por la ventana a su izquierda y se dio cuenta de que ese hombre ya no estaba sentado en el banco de cemento. No prestó atención y siguió escuchando los arpegios de un arpa caida del cielo.
Fue ahi, justo en el instante en que se concentraba en el arpa y lavaba la cuchara que endulzó el te verde hacía 15 minutos: Se paralizó en cuerpo y alma. Su corazón se estremeció en una confusión y una taquicardia que superaba los límites, segundo a segundo. La cuchara cayó sobre el piso flotante y la respiración de la señorita se profundizaba.
Ella no escuchó entrar a esas manos que le acariciaban la cintura, pero sabía que eran de él.
Todo cambió al cabo de unos segundos. El hombre tiró de sus cabellos largos con violencia, comenzó a besar bruscamente y lamer su cuello mientras con una fuerza innecesaria le apretaba el vientre con un brazo.
- Se quien sos, por favor soltame !- Dijo ella en vano de espaldas al desconocido, en pleno llanto y a grito seco y desesperado. Él tapó su boca con una mano mientras que con la pelvis la apoyó contra la mesada en la que lavaba, casi sofocandola. La otra mano rompía desesperadamente el vestido color lila, parte por parte, como si su vida dependiera de verla completamente desnuda. Fue para ella el infierno. Lloró, sufrió y rogó que aquello de una vez terminara. Faltaban poco mas de 32 minutos.
- Decime donde está la cama, decime donde está tu cama..- Lo peor estaba por venir, y ella lo sabía. No tuvo opción, el miedo y la desesperacion que le generaba estar en brazos de una bestia la llevaron a contestarle:
- Arriba, a la derecha.. la primera puerta a la derecha, por favor soltame, dejame por favor soltame.- Etcétera, etcétera, etcétera.
La tomó de un brazo y agarró con fuerza otra vez sus cabellos negros. La subió por las escaleras golpeando su cabeza con todos y cada unos de los 15 escalones que daban al segundo piso, consecuencia de los forcejeos y la forma bruta de subir a la señorita.
Una vez arriba la tiró sobre la cama y se lanzó sobre ella, arrancando sin piedad la ropa interior que no pudo romper en la cocina teniendola de espaldas. Tomó sus rodillas y abrió sus piernas de Este a Oeste, apuñalando su dignidad en un ataque carnal.
Ella sufría, gritaba y lloraba mientras él con las manos tapaba su boca y hacía presión en su garganta. Ella estaba débil. Sus manos solo temblaban o daban leves golpes en la espalda del dueño del suéter verde con detalles bordo.
Treinta y dos minutos para que él se detuviera. Treinta y dos minutos. Cuando levantó su cuerpo para simplemente cerrar su bragueta, ella se apartó. Quedó tendida en la esquina de la cama, temblando y con los ojos abiertos de par en par, fijos en la cara del criminal que se acercó de nuevo a ella para darle un último susto, ún ultimo y único beso en la frente que duró tres segundos. Se marchó, por fin se marchó.
Ella abrazó sus piernas y llevó sus rodillas al pecho sin dejar de temblar durante unas cuantas horas, en las que incesantemente se lamentaba y pensaba: "Por qué en el mundo hay gente con tan poca noción de la sensibilidad?"
Él hoy, en honor a ella, es un sencillo floricultor adicto al tabaco negro.
Ella ya no es la misma persona alegre y optimista que fue alguna vez. Le teme a las tardes de lluvia y a las tazas de té verde.

lunes, 22 de agosto de 2011

Distancia

Su sala de juegos es una terraza. Su terraza, la más alta de la ciudad.
Él es un hombre estudioso y trabajador que siempre se esforzó para conseguir lo que hoy tiene: Nada más y nada menos que un diario a su nombre. Un diario de noticia blanca con enorme prestigio provincial, cuya sucursal es un enorme edificio con terraza, la terraza más alta de la ciudad.
La gente que lo conoce personalmente tiene una opinión muy buena de el: Una persona humilde y sencilla. Será tal vez porque está constantemente dando una mano en causas que ayuden a los más necesitados, cosa que hace realmente de corazón ya que se siente identificado con todas esas personas que intentan salir adelante aunque los recursos sean escasos. Él en un momento de su vida fue una persona que vivió bajo la misma condición y sabe lo difícil que es escapar de esa vida rodeado de gente que solo le interesa nutrir su avaricia y bienestar personal con la siempre cruel indiferencia.
No pasa mucho tiempo en su pequeña casa de humilde estilo inglés: Solo cena, se baña, duerme y desayuna. Es además soltero y sin hijos que le exijan algo de tiempo en el hogar. Él está orgulloso de que así sea, tiene miedo a equivocarse al criar un hijo, tiene miedo de cometer un error fatal o de verlo sufrir en un futuro. Él es consciente de que toda persona sobre la faz de esta tierra es vulnerable y está expuesta al sadismo y a la maldad incesante de la sociedad. O en su defecto, toda persona sobre la faz de esta tierra goza de la oportunidad y la libertad de ser también un sádico, y es por eso que no quiere correr el riesgo de traer un alma más a este infierno que sostiene una eterna guerra entre la inocencia y la asquerosa búsqueda del placer.
En cuanto a una pareja estable, para él es algo muy complicado crear un fuerte y real lazo de confianza con otra persona. Solo se limita a estar en un vago contacto informal con una bonita pelirroja de veintisiete años, cuatro menos que los de él. Se ven generalmente los fines de semana a la noche, en el departamento de la señorita.
Nadie pisa el suelo de su casa, no le gusta que los demás circulen en su espacio privado, ni siquiera en su presencia y bajo su mirada; mirada fría y certera, penetrante e inmanipulable, infalible y perseverante. Unos ojos que probablemente se amoldaron a la obsesiva y desahogante costumbre de siempre, ese pasatiempo que le cultivo un cariño único y especial por la terraza más alta de la ciudad.
La gran mayoría de los días se toma una pausa y deja el duro trabajo solo por unos minutos. Sale de su oficina en el piso 25 y sube por las escaleras hasta el piso 42, el último piso del edificio con la terraza más alta de la ciudad. Además de subir su cuerpo delgado y el traje negro que tan bien le sienta, lleva siempre binoculares de buena calidad y el estuche de una guitarra que nunca nadie vio. Al llegar al último piso, cansado de sonreirle y saludar a muchos de sus empleados, da la orden de siempre al personal de seguridad que merodea cerca de la puerta que da a la terraza:
-Que nadie se asome a la puerta. Si oigo o veo que alguien intenta abrirla, ustedes dos quedan despedidos.- Él no es capaz de hacer tal cosa, pero sabe que tampoco intentarían abrir esa puerta. Después de todo, no es fácil para los dos empleados romper la clara y repetitiva orden de una mirada tan dura.
Luego de cruzar la puerta y trabarla con llave, él se siente un alma libre y sin peso. Ahí, parado en la terraza más alta de la ciudad sin importar el horario ni el clima, recorre a paso lento el perímetro del suelo de la terraza sin soltar el estuche de cuero, observando la inmensa ciudad y el paisaje montañoso. Cuando por fin el silencio junto con la brisa, el sol, la lluvia o la niebla lo apaciguan por completo, saca los binoculares y abre el cierre de la funda de una falsa guitarra. Allí dentro, un arma de larga distancia con cañón fino y de gran extensión descansa entre goma espuma negra junto a su respectivo visor. Orgulloso y con una pícara sonrisa, el dueño del prestigioso diario saca su hermoso y brillante fusil para prepararlo de forma paciente de frente a los ojos del cielo. Vuelve a recorrer a paso lento el perímetro del suelo de la terraza, ahora sin soltar el artefacto y mientras busca un objetivo que circule libremente las calles de una ciudad que en ese momento, está literalmente a sus pies.
Ama fijar esa siniestra mirada en una persona que no es consciente de lo que sucede, de lo que una mente a cientos de metros de distancia está tramando e imaginando. Ama ver cómo actúan de forma normal, sin darse cuenta de la magnitud del peligro al que están expuestos.
La víctima es sutilmente elegida por la desconfianza que lo caracteriza: Sospecha, siempre sospecha. Tiene en cuenta las miradas, los gestos, las risas, lo que hacen en el momento, lo que pudieron haber hecho en algún momento de su vida, lo que pueden llegar a hacer o lo que llevan puesto. Piensa, sospecha y piensa: "Ese tipo le miro las piernas a esa mujer, puede llegar a ser un degenerado, un violador..."; "¿Tan chico y ya fumando? Debe ser un drogadicto en potencia, un proyecto de criminal."; "Ebrio, vagabundo ebrio. El alcohol hace de la gente algo perverso. No merece caminar..."; "El padre de ese bebé no parece ser un buen padre. Ese bebé va a ser un estafador, una mala persona"; "No tenés que exponer tanto ese cuerpo con tanta gente, puta...". Una sospecha incontrolable. Una ira y un prejuicio ante todo y todos que desde la adolescencia viene marcando su vida.
Determinada la persona que lejos de él respira y se mueve por cuenta propia, comienza a calibrar su visor como un profesional. La distancia y las condiciones climáticas son parte de la ecuación que indica cuantos milímetros hay que mover la mira. Prepara la fría, la helada, la gélida mirada, apoya el pecho sobre la superficie de concreto que rodea la terraza y contiene la respiración. La cruz en el centro del cristal se posiciona exactamente entre un ojo certero y la cabeza de un indefenso y tal vez inocente blanco. Aprieta el gatillo desde las alturas: Click.
El efímero sonido que desahoga su cuerpo y alma: Click. El sonido que dispara su imaginación: ¿Cómo hubiera reaccionado el cuerpo con el impacto de bala? ¿Cómo hubiera quedado tendido el cadáver en el suelo? ¿Cómo hubiera salpicado la sangre y como hubiera recorrido lentamente el pavimento? Visualiza una multitud conmocionada. Algunos huyen asustados, otros lloran o rodean el cuerpo boquiabiertos y confundidos. Llega la ambulancia y la policía. Todos miran hacia arriba o entre las casas y edificios, pero nadie sospecha de la terraza más alta de la ciudad.

sábado, 20 de agosto de 2011

Luz y sombra

De frente a la cruz dorada una vez mas, cruz detallada e imponente. Una cruz que imponia respeto, que asustaba a pesar de su costosa hermosura. Era su consuelo: Juntar las palmas, cruzar los dedos y apoyarlos en la frente mientras, arrodillado, susurraba palabras arrepentidas y llenas de dolor. El silencio de la catedral abria los recuerdos oscuros y el pecado, cerraba sus heridas por lo menos durante un par de dias. Las ventanas llenas de santos y colores iluminaban los bancos vacios y dejaban ver el polvo que flotaba sin sentido en el aire, la imagen mas cercana al purgatorio que el presenciaria. Pero el no lo veia asi, por eso todas las semanas caminaba en la ancha y roja alfombra escoltado por la luz del sol hacia la cruz.
Bajo las sombras y del otro lado de la ciudad, un adolescente de piel gris y mirada desorientada se abstenia de los limites derritiendo amapola en polvo sobre una cuchara sucia y maltratada. Al cabo de unos minutos la euforia y los pocos recuerdos buenos de una niñez injusta estimulaban su mente. La miseria se nublaba, la heroina viajaba por sus venas regalandole la caricia que nunca nadie supo darle. Nadie.
Al mismo tiempo, el hombre bajaba las detalladas y goticas escaleras para caminar por los caminos pedragosos de la plaza, entre flores, pajaros, cesped y abejas inofensivas. Entre familias que disfrutaban de la libertad mental y de la ondeante laguna que reflejaba los rayos de un sol radiante. Se imaginaba entre la gente, preparando el mantel y las frutas, cortando el pan y untandole mermelada para darselo a su hijo mientras lo acariciaba, caricia que nunca supo darle. Nunca.
La energia de la amapola no pudo seguir abasteciendo ese cuerpo delgado y sin desarrollo, el proceso intravenoso lamentablemente para el, terminaba. Pasadas unas pocas horas y a pesar de no haber comido hace dias, el cuerpo demacrado y joven no sentia hambre, pero si un intenso frio nocturno. El adolescente de cabellos rubios prendio su anteultimo cigarro con un encendedor barato y camino como siempre en busca de algun transeunte generoso que le de unos centavos. Generalmente la cantidad de dinero no alcanzaba antes de que la mente y el cuerpo lo acecharan con temblores y sudor incontrolable. La busqueda se tornaba cada vez mas impaciente y ansiosa, tanto que para el ya no era extraño perder la dignidad para ver esas monedas sucias entre sus manos.
La noche del creyente era muy distinta: El tenia techo, comida caliente, calefaccion, colchon, sabanas limpias y hasta un piano de cola negro que lloraba de tristeza cuando el hombre se sentaba frente a el. Habia lugar para una persona mas, pero la unica que el amaba no sentia lo mismo. Nada en la casa alcanzaba para llenar ese vacio, para reparar el error imperdonable que lo atacaba constantemente con pesadillas, depresion, susceptibilidad y un miedo interno que habia comido su felicidad, ese sentimiento que hace años permanece enterrado en lo mas profundo de sus recuerdos.
Llegada la mañana el joven corrompia su abstinencia pinchandose el brazo con la misma jeringa helada y sangrienta que hacia dos semanas habia podido pagar, otra vez en el mismo lugar. Aprendio con los meses a amar el callejon de siempre, valorando la compañia de las ratas y los perros que todos ignoran. Se autoproclamo dueño legitimo de las cajas humedas, las paginas de diario empujadas por la brisa y la basura que daba una esperanza al momento de buscar almuerzo. Tambien de las telas manchadas con barro que hacian del descanso una experiencia menos fria, de la esquina con olor a meo y de una mancha roja en el suelo que las largas lluvias nunca pudieron borrar. Muchas veces hablaba con la mancha, pero nunca se atrevio a preguntarle como llego a ese infierno. El imagino muchas versiones: Tal vez un robo que vino seguido de una puñalada o una pelea callejera en pleno desacato de alcohol. Pensaba tambien que en cambio, pudo haber sido un ave que volaba muy alto y por alguna razon habia dejado de hacerlo para caer en picada sobre el mismo lugar donde se encontraba la mancha. El ave habia perdido las alas y debia, como el, aprender a caminar sola en las calles hostiles de una ciudad que con los años, ya no le gustaba para nada.
Le hablo a la mancha de una madre que no soporto el parto que le dio esa tragica vida. Le hablo a la mancha de como un intento de padre le robo los momentos hermosos de su infancia con golpes y olor a whisky barato. Le hablo de como odiaba sus estupidas exigencias y privaciones, de como el maltrato y la indiferencia lo llevo a dejar ese miserable hogar para vivir bajo las estrellas. La mancha nunca respondia, pero por lo menos lo escuchaba sin hacerle daño.
Del otro lado de la ciudad, el hombre mayor dejaba de tocar el piano de cola negro que tanto lo consolaba. Debia ir a la misma catedral misericordiosa de siempre a rezar y pedirle perdon a Dios otra vez, aunque no era esa la persona a la que debia pedirle disculpas por sus pecados. Despues de acabar con el ritual, agradecia al Señor por haberlo ayudado a escapar de su adiccion al whisky.
La mancha roja se hizo mas grande en aquella noche nublada. Un cuchillo mal afilado corto las venas de un joven de piel gris y mirada desorientada que no tenia nada que perder. Puede que Dios lo haya esperado para abrazarlo y darle la caricia realmente sincera que ni su padre ni la amapola entre sus venas le pudieron dar. Puede que el infierno le haya abierto sus puertas y le haya dado el calor que no encontro en la casa siniestra de su infancia ni en aquel callejon. Tal vez el purgatorio le trajo la paz y la tranquilidad que faltaba en la voz del piano de cola negro, la paz y la tranquilidad que era rota constantemente en los suburbios por las sirenas de la policia y la ambulancia. Tal vez, simplemente la vida le dio una alegria y dejo de sufrir de una vez por todas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Elegancia

Amaba su estante de madera. Lo había cortado, tallado y pulido con sus propias manos. Tenía manos espectaculares, muy hábiles si de precisión y prolijidad se trataba. Tenía también sobre la chimenea unos animalitos de roble: Un pingüino, un oso polar y un caribú. Los tres tenían detalles que solo un artesano profesional podía lograr con un cuchillo casi desafilado y una madera tan maciza, pero solo era un hobby. El dedicaba el tiempo importante a otra cosa.
Le gustaba el frio, le gustaba esa sensación de soledad y paranoia que solo la brisa helada, el silencio roto por las ramas vacías y los alrededores teñidos de blanco le generaban. Él era conciente, muy conciente de que no era solo una sensación. Él realmente era un hombre solitario, y por eso todas las noches de sábado y domingo se sentaba en su sillón de piel de oso para tocar la flauta traversa horas y horas al frente del fuego. Lo hubiera hecho todos los días, pero de lunes a viernes tenia otros planes.
Caminaba siempre que estaba en el pueblo porque era un lugar muy tranquilo como para perturbar a los demás con el ruido de una camioneta grande, vieja y fea. No le gustaba que lo perturben, por eso no lo hacía con el resto de los habitantes que, por cierto, sentían un frío pero sincero cariño por el callado y elegante hombre. Después de todo, pese a ser antisocial él era muy respetuoso y siempre le sonreía al resto, a pesar de haber vivido un pasado que no merecía.
De todas formas ese pasado no había arruinado su imagen: Era un hombre hermoso. Cabellos negros, cortos y ligeramente desordenados. Facciones tan masculinas como delicadas, acompañadas de una barba de 3 días que lo hacía ver como el típico actor de paga millonaria.
Pero le faltaba un diente, el colmillo izquierdo. Hacía 8 años que lo había perdido en un accidente: El iba de camino a comprar a la ciudad en otra grande, fea y vieja camioneta bajo una nevada que solo dejaba ver unos pocos metros de ruta. Era el camino que recorrió toda su vida, bajo las mismas condiciones climáticas y con la misma camioneta que heredó del padre; todo estaba bajo control. Pero se olvidaba del error, tan humano como la experiencia; tan humano como la habilidad de usar las dos manos y la mente de forma tal que se logre lo que se desea, o de que se evite lo que no.
Error, ese día fue victima de su naturaleza y del alce que pastaba la poca hierba que estaba a su alcance al costado de la ruta. La nieve no dejó que el humano y el animal se vieran mutuamente: la vieja grande y fea camioneta le robó una vida al bosque y luego comenzó a girar y girar sin control alguno para terminar de frente a un árbol a unos metros del costado de la ruta. Tuvo mucha suerte, de verdad fue muy afortunado; la suerte y el cinturon de seguridad se aliaron para que el hombre pierda solamente la despedazada camioneta y su colmillo izquierdo en un golpe contra el volante. Sobrevivió como pocos lo logran. Sobrevivió como no pudieron lograrlo su esposa y sus dos hijas.
Pasó unos cuantos meses casi encerrado en su casa, tal vez meditando sobre lo que sucedió, tal vez lamentandose, tal vez recuperando algo de fuerzas, tal vez analizando el hecho de "irse al cielo con ellas". Nadie sabe la verdad.
El pueblo volvió a ver al hombre con una postura que reflejaba tranquilidad, como si nada hubiera pasado. Dejó su trabajo y el dinero que tenía ahorrado en grandes proyectos familiares los usó para simplemente sobrevivir. No era muy caro mantener solo un alma. La gente del pueblo lo veía salir de su segunda y única camioneta hacia la ciudad, todos los días de lunes a viernes pasado el mediodía.
Era como si se despejara constantemente hasta la medianoche, cuando llegaba a su casa con un colmillo izquierdo en el bolsillo casi todos los días. Lo limpiaba con sus siempre hábiles y cuidadosas manos para después dejarlo unos minutos en agua con bicarbonato de sodio y blanquearlo por completo. Después de secarlo lo dejaba al lado del resto de los colmillos izquierdos en el estante de madera que tan bien había cortado, tallado y pulido.
No era facil para él conseguir un colmillo izquierdo cada día. Al llegar a la gran ciudad pasado el mediodía, caminaba de lugar público en lugar público observando colmillos izquierdos, buscando algún colmillo izquierdo que sea idéntico al de él. Al encontrar uno que le recuerde al suyo, lo seguía. Esa persona se convertía en un objetivo. No importaba si era mujer, seguro le recordaba a la suya. No importaba si era adolescente, seguro le recordaba a su hija. No importaba si era una niña o un niño, seguro le recordaba a su segunda hija. No importaba si era hombre, él había ya perdido el miedo.
Sea cual sea la persona, se sujetaba a ella con la mirada y con paso distante pero seguro hasta encontrarse con la misma en el ambiente perfecto, en la situación ideal para acelerar el paso y por la espalda taparle la boca con una de sus
manos, dejando libre la otra para estrangularla con una cuerda fina y no muy larga. La suave silicona que cubría el arma y los masajes posteriores al crimen no dejaban rastros en los cuellos.
Niños, niñas; madres, padres: Varias victimas. Habitaciones, cocinas, pasillos oscuros, estacionamientos: Varias escenas del crimen en donde, tarde o temprano, se hallaba un cuerpo tendido en el suelo, boca arriba, bien peinado, con los ojos abiertos y las manos una sobre la otra arriba del pecho, donde está el corazón. Debajo de las manos, arriba del corazón, siempre en perfecto estado el colmillo derecho del muerto que siempre vivirá en la conciencia de aquel hombre solitario.