domingo, 2 de diciembre de 2012

La caída

Si te sostengo no es para que no caigas, simplemente te estoy ayudando a subir para soltarte después en una caída más intensa.

El aire se hace más pesado y empieza a complicarse una acción que durante toda nuestra vida resultó tan sencillo y cotidiano: Respirar. Inhalar, exhalar; inhalar y exhalar para volver a inhalar y exhalar. No existe, creo, un ciclo tan circular como el de la respiración (aunque en estas alturas, estando tan alejado verticalmente del nivel del mar, ese círculo parece deformarse o entrecortarse muy sutilmente).

La vista se nos nubla, aunque todavía te veo subiendo conmigo, esperando algo que no va a suceder porque simplemente te voy a soltar y vas a caer. Me gustaría ver exactamente en que punto del globo terráqueo vas a colisionar; o que parte del cuerpo es aquella que dará de lleno contra el suelo (el suelo o el agua. O porque no, un árbol o la cima de alguna montaña que apunta en dirección a nuestro ascenso, ese ascenso que avanza en relación a la fuerza de tu futura caída), pero al parecer, desde tan alto no creo ser capaz de ver tal colisión. Desde este extremo nivel de altura los edificios son como hormigas que empiezan a difuminarse y a mezclarse visualmente con el relieve del continente entero: Miro más atentamente hacia abajo y ahí esta, gloriosa y radiante, toda Sudamérica, más hermosa que en los dibujos cartográficos y sin una sola frontera (que no sean los Andes o el Rio de la Plata)

Por el momento ascendemos, simplemente ascendemos y pienso en vos.

Llega, improvistamente, el momento de soltarte. El oxigeno es casi inexistente y el vértigo es ya aterrador. Cierro los ojos para que se haga más fácil realizar por fin este extraño deseo de verte caer: Cierro los ojos, simplemente cierro los ojos y te suelto entre gases livianos y un ciclo de respiración en el cual el círculo se transformo ya en una línea recta que roza el fin.

Pierdo el control de mi cuerpo. Me empiezo a marear con una sorprendente intensidad y una ráfaga me golpea el cuerpo. Abro los ojos, simplemente abro los ojos esperando que la caída nos separe y te estés alejando, que tu silueta sea cada vez más diminuta, tal como pasó con los edificios que se difuminaban y se mezclaban visualmente con el relieve del continente entero. Y así fue exactamente como te vi cuando abrí los ojos, pero era yo el que caía en picada hacia quien sabe que tipo de superficie que me esperaba en la inmensidad de Sudamérica. Ahora son vos junto con las estrellas las que se alejan. Siento ahora la fuerza de la gravedad con la misma intensidad que tenían mis ansias ante la aproximación de tu supuesta caída. Atravieso con violencia las nubes y te pierdo de vista, pierdo de vista ese cuerpo que permaneció y permanece suspendido en las alturas viéndome caer.

Sudamérica esta cada vez más cerca y vuelvo a distinguir los edificios de Buenos Aires y Sao Pablo. Estoy por caer de lleno en el globo terráqueo y el quebrar de mis huesos se va a oír entre los vientos, cruzará los mares y los desiertos anunciando mi lamentable muerte. No será más que otro sonido de la naturaleza que será ignorado.

¿Qué hago todavía manteniendo esta inexistente conversación con vos? Estas palabras carecen de sentido y no hacen más que darle peso a mi cuerpo, silencio al viento y fuerza a la gravedad que tira de mí como un títere de cuerda.

Espero simplemente que la casualidad o causalidad destroce mi cuerpo en el hábitat natural de esos animales que me verán como alimento y no como cadáver: Deseo fervientemente ser el alimento de colmillos carnívoros o garras carroñeras, hogar de gusanos, aroma putrefacto para enormes moscas y abono de inmensos árboles y pequeños hongos. Que mi muerte sea la vida de otros seres en ese ciclo circular que es más circular que la respiración: Vida, simplemente vida. Que mi carne sea la carne de las especies salvajes que merodeando vean mis extremidades fracturadas y mis órganos en la superficie, y no una simple noticia que no pueda explicar el suceso ni identificar este rostro deformado por el impacto sobre el cemento gris.

Por el momento caigo, simplemente caigo y pienso en vos.

Tal parece que mi deseo se hará realidad. Mi cuerpo esta justo encima de la selva amazónica. Atravieso la pared de humo producto de un incendio forestal, la pared de hojas de un árbol altísimo y un golpe cuyo impacto no llegué a sentir me quita automáticamente la vida.

Mi vista se oscurece pocos segundos, y ya la estoy recuperando en algo parecido a un purgatorio. Veo que aquel cuerpo que ya no me pertenece flota sobre una de las afluentes del río más enorme del globo terráqueo. En pocos segundos ese cuerpo (más conservado de lo que lo esperaba) pasa a ser propiedad de un pequeño cardumen de pirañas que devoran hasta el último de lo que solían ser mis huesos.
Muerte que da vida, ese hermoso círculo en el cual la naturaleza establece equilibrio y conexión.

La vista se me oscurece y siento que vuelvo a nacer. Volví a ser un embrión, el embrión hijo de alguna de las pirañas que me devoró. En la distancia veo tu cuerpo caer atravesando la pared de humo y la pared de hojas de aquel árbol altísimo, pero tu colisión es en tierra firme. Se oye el quebrar de esos huesos (que de ahora en más no te pertenecen) entre la inmensidad de la selva, y esta misma parece no notarlo. Solo una enorme ave esta emprendiendo vuelo tiritando del susto, y en su despegar esta volando sobre mí, un embrión que espera volver a verte en los ojos de algún yaguareté. Un embrión que esta naciendo para devorar y debe morir para mantener encendida la antorcha que ilumina la vida de la selva.

lunes, 29 de octubre de 2012

Paredes

Toda la vida estuve
agazapado en estas crueles fortalezas
sin siquiera la certeza del frío que nos cubre
fuera de estas paredes sangrientas.

¿Qué hago yo entre todas ellas
si el vacío que las llena
tiñe de negro el rocío,
el rocío que fluye entre mis venas?

¿Cómo no pensar en este lío
si encuentro más vino que amor
en estas cuatro paredes
y más paredes que parejas fieles
esparcidas en el mundo?

Detrás de sus pieles escucho
como asciende el humo de la peste
que acaricia las paredes y desgarra el pecho
de aquellos que todavía sienten,
de aquellos que todavía respiran.

¿Cómo no exhalar ese vapor
y no sentirme con el alma destruida
si el calor y las heridas
me ahogan junto a las paredes?
¿Cómo haré para vivir tranquilo
si no veo lo que esconden?

El sendero es frío fuera de ellas
y camino sin mirar al frente
consciente del murmuro de mis miedos
y rechinando los dientes.

Así siempre en el andar de mi ruta
veo más paredes que ocultan criminales
que postales con tu nombre
esparcidas por el mundo.

Y en la vida más mentiras
que luciérnagas y sauces llorones.



miércoles, 12 de septiembre de 2012

Abejas muertas

Tal vez esto sea simplemente un ida y vuelta y ahora, en este preciso instante, me sienta de la misma manera en la que se sentían las decenas de abejas que atrapaba con una botella: Encerradas sin destino alguno en algún lugar que no conocen ni esperaban conocer; inútiles, confundidas y chocándose unas a otras de manera sucesiva hasta que, dentro de la botella, una enorme y edionda bola de abejas iba creciendo hasta atraer a todas y cada una de ellas.
Cómo ser consciente a los siete años de que las abejas sufren y se matan unas a otras cuando enloquecen por el encierro? Si, se matan unas a otras. Solo creía que los humanos se mataban unos a otros, pero resulta que las abejas también lo hacen. En mi inocencia estaba tristemente seguro de que mis efímeras amigas morían por el insoportable olor a polen que se desparramaba en el interior de la botella.
Tal vez si las abejas no hubieran muerto, me hubieran enseñado a poder vivir 5 días sin alcohol ni pornografía o a no mentir tan fríamente; tal vez me hubieran enseñado a odiar un poco menos o a poder sonreír cuando la situación lo exige; tal vez me hubieran enseñado a no criticar si no es de forma constructiva o a mirar a la gente cuando hablo; tal vez, y solo tal vez, me hubieran enseñado a caminar sin calcular mis pasos, pero no lo hicieron. Cómo podrían hacerlo si son abejas muertas? Qué piensan de mí aquellas abejas que murieron dentro de mis botellas?

lunes, 27 de agosto de 2012

El vuelo de la polilla

Yo la vi. Esta aquí, nada más y nada menos que en esta habitación.
Es una pequeña polilla de color pardo grisáceo que se posaba muy tranquila encima del piano hace tan solo unos minutos; estaba inmóvil bajo un montón de partituras blancas, negras y aburridas, de compositores agrios y conservadores.
Cuando la vi me contagié de su carácter tieso y sin movimiento alguno me dediqué solo a observar su particular tamaño. Era más grande que el resto de las polillas y parecía estar comunicándose conmigo de alguna u otra manera; ignoré esto último cuando fui consciente de que solo era un insecto que perturbaba la paz de mi morada. Planteé entonces la idea de matarla y, consecuentemente, como hacerlo. Apagué la luz, salí del cuarto y fui en busca de un trapo viejo y sucio para darle simplemente un azote a ese par de alas polvorientas. Al volver encendí la luz y me acerqué para acariciar su blando cuerpo con un golpe fatal. Me retracté de inmediato cuando la polilla hizo algo que no había hecho hasta el momento: Se movió. Fue un movimiento tan calmo, tan mínimo y sutil que apenas lo pude distinguir; pero fue suficiente como para ver que detrás de esas sucias y asquerosas alas el ciclo de la vida todavía se manifestaba.
Di media vuelta, apagué la luz, cerré la puerta y volví a dejar el trapo con la misma velocidad con la que la puerta se cerró. Frente a la puerta de la habitación me esperaba otra puerta idéntica que me llevó hacia el encuentro de dos enamorados que hacían el amor sobre una triste balsa que flotaba perdida en las cálidas aguas del inmenso océano. Además de vapores ediondos y crustáceos, entre los cuerpos de los amantes había unas fúnebres telarañas que se mecían al ritmo del coito. Los dos eran negros y bellos, tal como el corazón del ébano; de alguna manera el hermoso color de las pieles hicieron que recuerde a mi amiga la polilla.
Deje que hicieran lo suyo sobre la triste balsa que flotaba perdida en las cálidas aguas del inmenso océano y me dispuse a entrar en la bañera. Cuando uno está sucio y algo cansado, un baño caliente es similar al consumo de alguna droga blanda: El cuerpo se relaja, la mente se dispersa y por un momento pareciera que estas dos grandes secciones del organismo entran en una efímera armonía.
Me recosté entre las partículas líquidas, cerré los ojos y sonreí. Sentía en cada uno de mis poros el calor del agua limpia que de poco se iba ensuciando con la mugre que se despegaba de mi cuerpo.
Al cabo de unos segundos abrí los ojos y allí estaba el mismo niño de siempre plasmado en el techo: Este niño siempre camina, camina y camina junto al vuelo de un globo naranja inflado con helio. Esta vez caminaba sobre una inmensa porción de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso. Tan inmensa era la porción de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso, que no se veía nada más. Incluso el cielo estaba hecho de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso. Era como si el niño caminara, caminara y caminara junto al vuelo de un globo naranja inflado con helio dentro de una burbuja hecha de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso. Lo malo esta vez, era que el niño lloraba a cántaros y sus enormes lágrimas estaban hechas de plomo. Las mismas caían violentamente sobre sus pies, lastimándolo y haciendo que sus pasos sean más lentos y tristes. La monotonía del panorama se rompía al ver que la imagen era cada vez más dramática lágrima tras lágrima. Los sollozos se hicieron más fuertes y progresivamente se fueron transformando en fuertes lamentos. Miré hacia un costado y noté que la pareja de negros bellos como el corazón del ébano había ya dejado de hacer el amor. El hombre degustaba marihuana acostado en la balsa y la mujer bebía ron dorado desparramada sobre el cuerpo del sujeto; tanto él como ella sonreían satisfechos. Pero ni bien oyeron el llanto del niño sus rostros cambiaron. Soltaron los estimulantes y los dejaron flotar sobre las cálidas aguas del inmenso océano para remar desesperadamente con brazos y piernas hasta llegar a la bañera. La mugre que salía de mi piel les dificultó un poco el trayecto, pero al fin y al cabo llegaron para socorrer al niño. Los dos secaron sus lágrimas e hicieron que sonría sobre la inmensa porción de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso, en el cual caminaron, caminaron y caminaron junto al vuelo del globo naranja inflado con helio durante varios minutos, para luego navegar en una triste balsa sobre las cálidas aguas del inmenso océano. Los saludé, me saludaron y decidí abandonar el agua de la bañera que, por culpa de la mugre que se despegaba de mi piel, quedó completamente negra, como el corazón del ébano.
Mientras me secaba con una toalla blanca pensaba en la rara gravedad del interior de la burbuja hecha de tierra negra cubierta de un césped verde y frondoso, ya que aunque el niño estuviera de cabeza, el globo flotaba hacia abajo y las lágrimas de plomo caían hacia arriba.
Me despreocupe rápidamente y volví a la habitación donde duermo la mayoría de las noches. Mi amiga la polilla, aquel insecto de color pardo grisáceo que increíblemente salvó su vida con un mínimo movimiento, ya no estaba posada sobre el piano. Me pregunté donde podría estar (después de todo, es una habitación de dos metros por dos metros… Aunque pensándolo bien, para su minúsculo tamaño esta habitación es todo un bosque de botellas vacías de vino, ropa sucia y libros sin usar) y sospeche que tal vez se encontraba naufragando en las cálidas aguas del inmenso océano o caminando, caminando y caminando en la inmensa porción de tierra cubierta de un césped verde y frondoso: “De ninguna manera”, me dije a mi mismo. Estaba seguro de que cerré la puerta de la habitación al salir. Además, cualquier ser vivo con capacidad de volar le dejaría el naufragio y la caminata a una especie tan inferior como la es el ser humano.
Yo la vi. Esta aquí, nada más y nada menos que en esta habitación.

lunes, 20 de agosto de 2012

La princesa del vino tinto

Vivía todo el tiempo rodeada de rosa. Rosa era su ropa, sus juguetes, su vajilla de plástico, la ropa de cama y hasta el pequeño babero que ya prácticamente no usaba, entre otras cosas.
Su pequeña habitación tenía ese aspecto: Un aspecto simplemente rosa. Desde que se despertaba hasta que volvía a dormir, todo se veía rosa. Incluso en la más profunda de las oscuridades se percibía el rosa por todos lados; la niña respiraba ese color todo el tiempo, día y noche desde que tiene memoria.
Ella pedía a gritos dentro de sí que compren las prendas de otro color. Quería que compren los escarpines blancos, los pequeños pantalones azules o el gorro rojo; pero claro, ¿Cómo hacerlo si todavía no sabía pronunciar ni una palabra? ¿Cómo hacerlo si todavía no manejaba del todo esa práctica cruel, que es el uso de las palabras? Sólo balbuceaba y movía las manos y los dedos en dirección a las prendas en cuestión, babeando y dando un espectáculo de ternura a los adultos; así fue como al poco tiempo se dio cuenta de que los grandes ya no manejamos ese idioma tan sub-desarrollado y cesó con los intentos.

Ya con una edad en la que desarrollo el uso de las palabras, estaba acostumbrada al color rosa (en todos y cada uno de sus matices). Su ropa seguía siendo rosa (aunque ya no en exceso), sus muñecas seguían vistiendo de rosa e incluso la torta de los 4 añitos también fue rosa (como las tres anteriores).
Además, para sorpresa mayor, todas sus compañeras de jardín tenían el pintorcito de color rosa. Cuando hablaban de colores, la casi unánime mayoría decía algo semejante: “Rosa!”, “Mi color favorito es el rosa!”, “A mí siempre me gustó el rosa, es el color más lindo”. Ella por su parte, también era parte de esta casi unánime mayoría; no porque no pudiera decir que no le gustaba, o que ya estaba cansada de él, sino porque por alguna razón las nenas que no elegían el rosa como color predilecto eran excluidas de varios juegos. Por más de que la señorita las vuelva a ‘reconciliar’ casi como obligación para que jueguen juntas, (tediosa política de los jardines de infantes) las niñas que no escogían el rosa eran agredidas de alguna u otra manera en los juegos; y ella no quería que eso le pasara.
Tenía la esperanza de algún día poder librarse de aquel color. No lo odiaba o rechazaba porque la costumbre era muy intensa, pero si esperaba realmente librarse de él en algún momento de su vida.
Sintió una enorme decepción cuando se dio cuenta de que su madre y la madre de su madre todavía usaban rosa a pesar de su edad, aunque no se lamentó demasiado porque estaba realmente acostumbrada al rosa y se daba cuenta de que los adultos si podían elegir por su cuenta que querían o no usar. Sea como sea, deseaba en algún momento dejar de estar rodeada de rosa.
Sin embargo, la supremacía del rosa en su vida de alguna manera no le permitía fascinarse con otros colores. Le parecían lindos muchos colores, y amaba la variedad de los mismos dentro del jardín. Disfrutaba de los momentos en el que los dejaban a ella y a sus compañeros usar los crayones y las temperas para pintar lo que se les ocurra (Obviamente, se quejaba cuando la cartulina que la señorita le abastecía era de color rosa; pero luego de haberse quejado dos veces seguidas por esto, la señorita entendió que de verdad le molestaba y entonces dejó de darle cartulina rosa como al resto de las nenas), y a pesar de usar todos y cada uno de los colores que no fueran el rosa, ninguno le llamaba del todo realmente la atención.
Una mañana dibujando, justamente, en el jardín, se cortó sin querer el dedo meñique de la mano izquierda con una hoja blanca. No fue un corte muy profundo, pero fue suficiente como para dejar caer una gota de sangre sobre el pintorcito rosa. A partir de ese instante, su mundo por segundos se redujo abismalmente esa inolvidable imagen: Una hoja blanca en la mano derecha, un pequeño y apenas doloroso corte en el dedo meñique de la mano izquierda y una gota de sangre en el pintorcito color rosa.
Miraba fijo la mancha dejándose hipnotizar por su extraño color. “¿Qué color es ese?”, se preguntaba. No exigía la atención suficiente como para considerarse rojo, ni era lo suficientemente muerto como para considerarse negro. Era simplemente aquel color fascinante que ella esperó conocer durante tanto tiempo, y estaba allí frente a ella, volviéndose cada vez más hermoso con el paso de los segundos.
Sintió, junto con su inocencia, que su vida había sido tal como esa pequeña mancha: Una linda y divertida mancha irregular rodeada excesivamente de rosa. La gota de sangre tampoco había elegido estar allí, simplemente se filtró en la herida y cayó sobre el pintor sin posibilidad alguna de elegir si estar o no empachada de rosa.
De ahí en adelante, se dedicaba a mezclar las temperas para lograr (aproximadamente) aquel color y así poder pintar sobre las cartulinas. Tomaba la tempera roja, la tempera negra y la tempera del violeta más oscuro de los violetas que había en la caja para luego mezclarlos a los tres y lograr aquel armonioso color del que se había enamorado, aquel color que ni siquiera sabía cómo se llamaba.
No usaba ya lápices, lapiceras o crayones porqué ninguno tenía él color en cuestión; y al mezclarlos, más que darle vida al color simplemente sentía que garabateaba.
Sus dibujos ahora tenían un solo color. Lo único que variaba eran los fondos porque dependían ya de la cartulina que la señorita le regale. De todas formas todos, absolutamente todos los dibujos diferían porque, además del fondo, ese nuevo color nunca quedaba con el mismo matiz de la mezcla anterior. Y eso le gustaba.
En su casa cuando no podía pintar, en cambio, buscaba el color en revistas, libros, películas o en la televisión.
Ahora que realmente podía elegir un color cuando iba de compras con la madre (porque tenía la capacidad para hacerlo y también un color que elegir) se dio cuenta que este color no era muy común en la ropa, en las vajillas de plástico o en la ropa de cama que para ella se vendía. No encontraba el color en casi ningún lado, y por esta simple razón sus dibujos pasaron a ser ahora esas sencillas cosas que venden en color rosa, pero con el color de sus sueños.
Las cartulinas en general llevaban consigo siluetas de remeras, pantalones, zapatillas, vajillas de plástico y ropa de cama del mismo color que tenía aquella gota de sangre desparramada sobre el pintorcito rosa.
Una mañana, entre el desayuno y el almuerzo, la niña mezclaba sobre la mesa las tres temperas: La tempera roja, la tempera negra y la tempera del violeta más oscuro de todos los violetas de la caja. La madre la miraba pintar mientras sonreía, apoyada sobre la heladera. El padre iba y venía porque se le hacía tarde para el trabajo y consecuentemente, no podía prestarle atención.
La madre miró al padre vagamente y le devolvió la atención a su hija mientras se le acercaba y exclamaba la típica pregunta de una madre hacía un hijo que se encuentra muy ocupado dibujando:
-Qué lindo mi amor! Ahora decime, ¿qué es?
-Es una mochila. Nunca vi una mochila de este color… ¿Vos si mamá?
-No me acuerdo… pero seguro que hay muchas!
La niña sentía como las caricias de su madre le enredaban el pelo, y entonces preguntó:
-Mami, ¿cómo se llama este color?
La adulta dudó, miró un poco la mochila imaginaria de la niña y respondió:
-Es bordó, me parece que se llama bordó.
-Es color vino tinto.
De fondo se escuchó la voz del padre que, mientras se ataba la corbata, no había visto todavía el dibujo de la mochila. Pero si había visto en cambio el resto de los dibujos, porque cada vez que llegaba cansado de una tediosa jornada laboral e iba a despedirla con un beso en la mejilla, la niña ya dormía con un dibujo color vino tinto en la mesita de luz. Siempre quiso comprarle a su hija remeras o zapatillas de color vino tinto y darle una sorpresa, pero realmente no se conseguía nada y debía resignarse con regalarle cosas del color que se creía era su color preferido; aquel color que no dibujaba, pero del que tampoco se quejaba: Rosa.
La madre no acotó más y besó la cabeza de su hija, antes de besar los labios del marido y acompañarlo a la pieza. La niña quedó allí, sola junto a su color. “Vino tinto”, repetía su dulce voz interna, “Color vino tinto”.
-No me gusta ese nombre, no te voy a decir “vino tinto”, es re feo. Te voy a decir “bordó”, como me dijo mamá.
Y siguió dibujando en cartulinas todo aquello que quería de color bordó y no estaba en el mercado.

miércoles, 18 de julio de 2012

Siniestra bola de energía

Fue frío el día en el que, por fin, la siniestra bola de energía se dio cuenta de que no permanecía en constante movimiento gracias a una especie de retroalimentación, sino que su esencia vital era la mentira que lo rodeaba a toda hora.
Decidió entonces ocultarse bajo un manto de supuesta sordera y ceguedad, soportando así las falsas palabras. La siniestra bola de energía solo tenía en su núcleo una inmensa y pesada sensación de dolor; pero emanaba en cambio, dulces y fragantes luces sonrientes para que nada ni nadie sospeche (y así, no dejar de recibir esa incesante inyección de mentiras que mantenía su eterno brillo).
Oscuros y demoníacos eran los días en los que se le hacía imposible a la siniestra bola de energía poder iluminar todo aquello que lo rodeaba. La tristeza y el sufrimiento del núcleo eran tan poderosos que terminaban por opacar cada uno de los bellísimos rayos que le daban a la siniestra bola de energía un mínimo carácter de vida en aquel monótono y elegante movimiento.
Fascinante y deslumbrante era este sutil movimiento: Su velocidad, siempre tan violentamente dinámica, dependía enteramente de la fuerza del núcleo; y este mismo, a su vez, disminuía y aumentaba su intensidad con una agilidad de lo más demente.
Esto genera en el ambiente donde se mueve la siniestra bola de energía, una magnífica y deprimente alternación entre luz y sombra. Más luces y sombras bailan detrás de las personas que se cruzan frente a la luz y la sombra que emana la siniestra bola de energía. El espectáculo es por momentos alegre, por momentos de lo más horrible que se pueda contemplar en la faz de la tierra (y estos últimos se manifiestan más reiteradamente).

martes, 5 de junio de 2012

Piedra

Es rara la manera en que desde hace tiempo se relaciona a la sensualidad y el erotismo con colores vivos. Uno piensa en los contornos vivos, en los cuerpos. En las rosas, en la sangre fluyendo histericamente dentro de un cuerpo cuya piel erizada se estremece y enloquece entre roces erógenos; en el calor, en el sudor taquicardico que huye del cuerpo espantado por la intensa fricción que los sentidos exploran. En las fragancias fluorescentes que penetran la dilatación insostenible de las fosas nasales que, generalmente hipnotizadas, inhalan y exhalan frenéticas y húmedas porciones de aire contaminado de excitación. En las luces tenues que reflejan las pieles desnudas, deslizándose unas con otras; en las miradas blancas e infinitamente brillantes que se encienden solo cuando los párpados se resisten al inexplicable impulso de permanecer cerrados, en un suave y complejo trance que se expresa en suspiros profundos, azules... Ahora bien, estos ejemplos constan de compañia, una compañia colorida y dulce que llene de sonrisas la sonrisa y de placer a los placeres; un cuerpo con vida que se adhiera a otro cuerpo con vida. ¿Que sucede entonces, cuando la sensualidad se manifiesta en la oscura y fría soledad de una mente que goza entre risas y orgasmos a la par de un cuerpo sin vida? ¿Que sera de aquel o aquella que reemplaza las cálidas y mutuas caricias por la belleza escalofriante de un contacto frío y delicado hacia un cuerpo muerto? ¿Es esto sensualidad? Ella y él también gozan de tacto y olores, de sabores y besos eternos sobre la piel desnuda: Estos son muy distintos. La muerte se siente distinta, la muerte huele distinta. La muerte sabe distinta y, por sobretodo, la muerte trae consigo el mejor de los besos. La sensual belleza que los cautiva esta teñida de gris, y la negrura de su percepción sensorial los excita aún mas y mas en aquel íntimo momento donde un cuerpo vivo y un cuerpo muerto juegan al equilibrio perfecto. La libertad que poseen sobre la grisácea superficie es infinita, por lo tanto las intenciones sexuales son tan amplias como el fluir de la adrenalina y el sudor, esta vez helado. Pero estos sensibles e insaciables necroamantes intentan no tratar a su hermoso cadáver como a un objeto: Los besan, les hablan y los miran a los ojos tal como si sus signos vitales todavía funcionaran. En su excitada y frenética mente le dan vida al cuerpo putrefacto y así, le hacen el amor a la muerte a su suave manera, admirando la fragancia opaca que con el paso de las horas se vuelve cada vez más y más fuerte. La misma fragancia que se apodera de todo el oxigeno agitado y denso, esa fragancia que ensombrece el ambiente ebrio de placeres que pocos comprenden. Viven y gozan junto a la virtud de sentir seducción ante tal particular belleza, ante la más pálida inocencia y ante la mirada petrificada de un cadáver cuya alma se regocija en otra dimensión, satisfecha y jadeante ante tan gélido ritual. Que alegre... que eufórica se desplaza la sangre en el organismo en movimiento en relación a lo lento que se vacían las venas moribundas del cuerpo sin vida que, gracias a los mas sádicos y tiernos cuidados, no deja que la hinchazón natural en la carne le quite sensualidad. Las curvas se mantienen, firmes, dulces. Las caricias recorren cada una de las nostálgicas porciones de piel blanca, profunda. Infinitamente blanca. Una piel perdida en el tiempo, desorientada y bajo el poder absoluto de una lengua sedienta. Aunque lamentablemente toda sensualidad y atracción pasional por fin termina. Los hombres y las mujeres se rinden satisfechos, sonríen y descansan (o simplemente se aburren); los cadáveres se pudren y los gusanos sucios hacen el amor desaforadamente unos con otros entre la carne negra.

domingo, 15 de abril de 2012

Honesto

Según el diccionario, la mentira es una expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.
Pero, es más que eso. Mucho más que eso.
Hay, generalmente, dos caminos: Uno es enfrentar la verdad, con todas sus respectivas consecuencias. Y el otro camino, como todo mal camino, es algo mas comprometido y dificultoso (considerando también que, obviar la verdad, sea mentir): Cuando uno elije mentir, de manera automática firma un pacto extraño consigo mismo, con la propia mentira. De aquí en mas, es crucial medir cada una de las palabras y gestualizaciones que serán dirigidas a la persona que sufrió tal mentira; si en el momento de mentir, la mentira fue realmente eficaz, ahora el pacto se intensifica y esa mentira debe perdurar en el tiempo dependiendo de la magnitud de la mentira o de las consecuencias que naturalmente se desencadenan una vez que la verdad da a luz.
Entonces, ahora las palabras y gestualizaciones que debieron usarse al momento de mentir a aquel o aquellos individuos, deberán aplicarse a la vida cotidiana si estamos dentro de un contexto que tenga contacto con aquel o aquellos individuos, ya sea de forma directa o indirecta. Hay que tener sumo cuidado y afinidad con cada una de las acciones o decisiones que se tomen.
Pero, sobretodo, hay que ser delicado cuando elijamos a las personas a las que se les confía la mentira. Ahora, tras lo dicho, cabe destacar que este es otro paso importantísimo en el proceso de la mentira, ya que si otra persona de confianza también tiene conocimiento de aquello, la mente del mentiroso siente menos presión, menos culpa, más calma; a la hora de continuar con dicho proceso, notara como todo se facilita.
También es opción reducir el conocimiento de la mentira simplemente a uno mismo, si este es falto de confianza ante otras personas, pero la mayoría de los mentirosos que elijen esta ruta terminan más de una noche sin dormir; o no son capaces de enfrentar su propia mentira, desviando la mirada o cambiando de tema con postura ansiosa y hasta a veces confesando. El legítimo mentiroso no debe nunca actuar así; el legítimo mentiroso debe mentir mirando directo a los ojos con frialdad, sonriente, sutil y lo más selectivo posible en cuanto a las expresiones físicas o verbales en relación al contexto. El legítimo mentiroso tiene la transparencia y apariencia de la mas pura honestidad, siendo esta su mejor arma.
Aplicando y experimentando profundamente estas acciones, nacerán en el mentiroso nuevas variables y riesgos mas benefactores que, con el tiempo, se deben usar de manera moderada. La mentira es una de las mas grandes, una de las mas peligrosas adicciones.
Pero, el punto de todo esto es el monstruoso poder que tiene la gente que miente bien, sobre aquella que miente mal: Un buen mentiroso conoce todos y cada uno de los pequeños errores que suele cometer la gente que no sabe mentir (que, generalmente, miente mucho mas de lo que debería, siendo este el error primordial).
El buen mentiroso no tarda en evaluar la situación o las palabras planteadas por el mal mentiroso. Recuerda situaciones y palabras previamente almacenadas en la memoria, capta gestos, tonos de voz, relaciona nombres y apellidos, destaca la mas insignificante contradicción, etcétera.
Así, rapidamente, una clara hipótesis deriva del arduo análisis y el buen mentiroso descubre la mentira.
De alguna u otra manera, da una o varias oportunidades al mal mentiroso de retractarse y confesar la verdad, pero la gran mayoría de las veces esos mediocres no ceden y con soberbia sonríen descaradamente, creyendo falsamente que triunfaron, mintiendo pura y exclusivamente a sus básicas mentes. De ahora en más, el siempre tan sabio y buen mentiroso, se deleita mintiendo una y otra vez al mal mentiroso que no tiene la mas mínima noción de análisis frente al buen mentiroso y vive bajo la sombra supuestamente gloriosa de aquella mala mentira que trajo mas mentiras terriblemente innecesarias y fáciles de resolver. El sagaz mentiroso tiene una especie de ventaja silenciosamente maquiavélica sobre el desdichado intento de mentiroso, además de un buen motivo para seguir riendo de la gente.

lunes, 26 de marzo de 2012

Caliente

Silencio,
se mueve.
Todo
se mueve.

Se pudre,
todo
se pudre.

Se siente
frío
todo lo vivo;
lo caliente
se muere.

Silencio,
se muere.
Todo
se muere.

Caliente,
sediento,
poco satisfecho.

Mojado,
caliente.
Mojado,
caliente.

Sangre y domingos muertos.
Sangre y corazones negros.
Sangre, caliente.
Sangre, caliente.
Carne, sedienta
y helada.

sábado, 24 de marzo de 2012

Enfermo

Eso sentía: Alegría, simplemente alegría. Esa misma alegría que sienten los enfermos cuando sanan.
¿Como hubiera podido sentir tristeza sentado en la vereda soleada, en ropas livianas, simplemente observando como las hojas del otoño bailan sobre los fríos adoquines? Ni siquiera había en mí espacio para un estado neutro. Era simplemente alegría, esa misma alegría que sienten los enfermos cuando sanan.
Pese a mi terrible calma, el día transcurría bajo el mismo ritmo al que esta acostumbrado todo hombre formal, con vehículos fugaces y ruidosos que avanzan prepotentes en una especie de tedioso ciclo que se retroalimenta a base de más y más ruido. Estaba de a poco, segundo a segundo perdiendo la paciencia. Me era imposible ya ignorar esos ruidos, esos gritos, esas bocinas groseras que hablan un idioma obsesivo y ansioso que raramente la mayoría de la humanidad comprende por igual. Estaba ya pensando y comportándome de forma nerviosa, con esos mismos nervios que sienten los enfermos cuando son conscientes de que su cuerpo comienza de a poco a fallar.
Decidí entonces, no desperdiciar y perder el hilo de la calma. Decidí entonces pararme y caminar lentamente, casi flotando sobre los mosaicos viejos, rotos y gastados por la densa y constante humedad de un barrio antiguo, lleno de historias de gente muerta, de gente enferma. Fueron esas palabras el primer eslabón de una cadena de historias que nacían y morían dentro de los extravagantes límites de mi imaginación. Historias de gente muerta, de gente enferma; historias que poco importan dentro de esta historia. Pero ni siquiera aquella caminata, ni siquiera aquella cadena de imágenes y sensaciones fueron capaces de darme el tan ansiado placer de poder por fin ignorar esos demoníacos vehículos que van y vienen escupiendo ruido, escupiendo humo. Mantenía como podía esa calma que tanto amo, esa misma calma que sienten los pasos de los enfermos mentales al caminar despreocupados, concentrados únicamente en el poderoso universo que gira y gira dentro de su mente.
Apuré el paso a una velocidad que no acostumbro aplicar cuando camino. De a poco los espacios verdes eran mas concentrados y amplios; y a su vez, las veredas mas angostas y rotas. Los autos que pasaban eran cada vez menos, y ademas, ya no molestaban. No había necesidad de apuros, bocinazos o insultos bochornosos en las esquinas, y los únicos ruidos que oía eran los roces constantes de las ruedas con los adoquines. Los ruidos molestos ahora se habían convertido en música, como por arte de magia. En ese momento sentía que ya no debía concentrarme en no perder la calma, ya que esta entraba y salía de mis poros con facilidad, purificando mi cuerpo con pura y blanca tranquilidad, esa misma tranquilidad que sienten los enfermos cuando duermen. Esa misma tranquilidad que sienten los enfermos cuando mueren.
Y fue así como, entre veredas cada vez mas verdes y angostas, llegué al predio de un edificio antiguo y maltratado con una malla de alambre oxidado que cubría su perímetro. Delante del edificio y cruzando la malla de alambre, un gran patio lleno de hierbas abundantes y frondosas hacía de colchón para la enorme orgía de aquellos cientos de insectos revoltosos que zumbaban y volaban con una envidiable energía, esa misma energía que tienen los enfermos cuando ríen, cuando luchan. El aspecto de abandono tan particular del edificio me sedució y las ganas de entrar a él me corría por la sangre, desde el corazón hasta cada una de las esquinas de mi cuerpo hasta el momento sano. Pero, más que el aspecto rústico y particular del lugar, lo que realmente se apodero de mi atención fue la extraña sensación de una presencia viva dentro de esas anaranjadas y sucias paredes. Nunca antes habían mis sentidos experimentado tal sentimiento; incluso, tengo mis dudas sobre si fueron o no los sentidos convencionales de mi organismo los que despertaron esa increíble curiosidad por algo que, a primera vista, no era mas que otro edificio abandonado en las afueras de una ciudad llena de edificios abandonados.
Luego de la incertidumbre y el misterio, cayo como un fantasma ante mi una especie de pánico y suspenso; no es que debía si o si entrar a ese catastrófico lugar, pero mi cuerpo hasta el momento sano era el que de alguna u otra forma me empujaba a cruzar esa enorme puerta y comprobar si de verdad esa presencia viva que sentía en el momento era o no producto de mi enferma imaginación.
Medité con un tabaco durante unos minutos viendo como el sol terminaba de caer detrás de un horizonte que estaba condimentado con un sabor particular, distinto. Un sabor oscuro, sulfuroso. Era un sabor a calor, una sensación también por momentos fría; era víctima de una sinestesia enferma, obsesiva. No soporté, había ya perdido la hermosa calma, pero no me quejaba: Levante mis piernas del cordón sucio en donde reposaba y, con una mezcla entre paranoia y seguridad, crucé la malla de alambre oxidada hacía un lugar que no conocía, pero que ya lo sentía parte de mi destino.
La sensación de una presencia viva, ese sabor tan extraño que recorría mis huesos crecía y crecía, se volvía a cada paso más intenso, tal como una fiebre violenta, tenebrosa, pero que raramente disfrutaba sin miedo. Sin ese miedo que sienten los enfermos cuando agonizan.
Una vez dentro del patio, debía correr con mis dos brazos la enorme hierba hacia los costados, para así poder pasar. Eran tan densa la maleza, que apenas podía ver mis pies, y para recorrer unos apenas diez metros, tarde aproximadamente unos cinco minutos en los cuales tuve que interrumpir la masiva y diminuta orgía de insectos. Al llegar a la puerta hallé a un costado de la misma un artefacto cilíndrico y algo delgado, lleno de moho y pequeños hongos. Con ese mismo miedo que disfrutaba, tomé el artefacto y lo limpié como pude, muy minuciosa y cuidadosamente hasta ver, en uno de sus extremos, una muy delgada linea de metal oxidado. Al entrar en razón, comprendí que lo que había yo encontrado en ese sucio y bello rincón, no era nada mas y nada menos que una jeringa vieja y ya usada.
La noche había ya caído sobre el enorme edificio y el suspenso dentro mío se expandió con la impunidad de un imperio desde mis entrañas hasta golpear mi frente y dejar una enorme firma con el sudor más helado de los sudores: Fiebre. Ese olor tan particular era olor a fiebre, y lo confirme luego de dejar caer casi suavemente la jeringa y asomarme a la gran puerta que hacía varios minutos esperaba mi llegada. Con mi mano izquierda, corrí apenas una de las dos puertas. Esa madera estaba tan podrida, tan deteriorada que podía ver termitas saborear aserrín en el corazón de aquel tablón de madera dura y antigua (a pesar de la negra oscuridad que pintaba mi tétrico contexto) Yo temblaba, con el mismo temblor que sienten los enfermos ansiosos.
No se como describir ahora, el indescriptible coctél de sensaciones que bombeo mi corazón al asomar el rostro dentro del edificio. ¡Había gente dentro del putrefacto edificio! ¡Había jeringas, sueros secos, algodón, gasas y demas artefactos patológicos! Había también una especie de recepción; sin duda estaba casi dentro de un pequeño hospital olvidado por todos.
Esas personas, esas siluetas decrepitas que caminaban con la mirada desorientada entre la humedad infectada de aquel edificio tenían el aspecto muerto y gris que tiene la gente enferma. Sus gestos, sus movimientos y todo lo que era parte de sus pálidos cuerpos tenía una belleza de lo mas cautivante. Una belleza difícil de explicar, si no se ve aquel cuadro de muerte en vida acompañada por esa sensación, por aquel olor a enfermedad que hacía rato estaba embriagandome. ¡Ah ese olor! ¡Esa bendita sinestesia que enamoro mis extremidades y me empujo a la danza lenta y casi fúnebre de los enfermos del edificio, algo que estaba sintiendo en su momento como un hogar! Caminé entre la multitud sin verguenza, sin esa misma verguenza que sienten los enfermos sexuales.
Estaban vivos.. ¡Claro que lo estaban! ¡Yo también lo estaba! Podía yo tranquilamente cruzar esa destrozada puerta y volver a mi casa por donde vine, pero no quería. El olor a fiebre, esa sensación tan bella y confusa que el cuerpo siente cuando uno esta enfermo y bañado en helada transpiración era mucho mas fuerte que cualquier otro deseo que se cruzase en los extravagantes límites de mi imaginación.
¡Ay que placer! ¡Que olor tan hermoso ese que flota entre nosotros, los enfermos adictos a su propia enfermedad! Nadie decía ni una minúscula palabra. Estaban todos caminando en ropas livianas, entre ese increíble torbellino de satisfacción compartida.
Alegría, simplemente alegría. Esa misma alegría que sienten los enfermos cuando viven.

jueves, 15 de marzo de 2012

Numerología II

Hay números en todos lados, por todas partes. El mundo es radicalmente matemático desde que se descubrió la macabra, la horrible ciencia de las matemáticas.
En este momento hay números y signos en todo lo que me rodea. Hay más de una ecuación por artefacto, más de un artefacto por parte y más de una parte por objeto. Son muchas cuentas, muchas ecuaciones, mucha matemática, muchos números para un solo objeto.
Y a su vez hay muchas ecuaciones detrás de las herramientas que se utilizan para fabricar esos artefactos. O muchas herramientas para fabricar esas mismas herramientas. Generalmente, una herramienta fabrica otra herramienta para fabricar algo mas difícil y preciso, más milimétrico, con mucha más matemática y más números. Estos artefactos tan pequeños necesitan encajar perfectamente en otros artefactos que son de su misma dimensión; así la cantidad de ecuaciones crece y crece, se multiplica constantemente en una espiral que avanza descubriendo números cada vez más y más complejos que se aplican en dimensiones físicas que escapan de nuestra propia percepción, pero que se descubrieron y se categorizan gracias a la matemática, a los números.
Todo, absolutamente todo tiene un número. Ni siquiera la naturaleza inexacta se escapa de esta ciencia tan obsesiva y exacta, ya que si, por ejemplo, una especie no tiene un número exacto en todos sus individuos, se miden ciertas características físicas de cierto numero de ellos. Luego, esas medidas exactas se suman, y ese número se divide exactamente por la cantidad de individuos que fueron exactamente medidos. Ese resultado es el número promedio de las medidas físicas utilizadas de esa especie. Esto no significa que este número sea exacto dentro de las características de la especie (es mas, puede que ninguno de los individuos tenga en su característica física esa medida calculada) pero aún así, ese resultado fue determinado por la precisión y la exactitud de las matemáticas.
Desde lo sólido hasta lo gaseoso, pasando por lo liquido, todo tiene números, todo. ¡Y si no tiene número, se busca la forma de aplicarle uno! ¡Además, sin pensar siquiera que un número trae consigo más y más números altamente manipulables!
Estadísticas, más y más números exactos que traen consigo y como resultado más números probables que, sea como sea, no escapan de la exactitud, de esa exactitud hipnotizante que constantemente aprieta las neuronas, las millones y millones de neuronas que se apagan y encienden dentro de nuestro cráneo (un número de neuronas cuya cantidad exacta no conozco, pero que está dentro de un cálculo promedio, dentro de las dimensiones del numero de tamaño promedio del cráneo. Neuronas que se apagan y encienden cada vez más y más rápido dentro de nuestro cráneo cuando pensamos en números, cuando los relacionamos o los entrelazamos en más y más ecuaciones junto a números que, al no conocer su valor exacto, se reemplazan con una letra. Ahora el esfuerzo lógico y la amplia metodología matemática se agudizan, se afilan y se complican hasta el punto de, muchas veces, dejar ecuaciones de suma importancia estancadas en un laberinto de números, letras y signos que de nada sirven sin un valor final. Además, posiblemente ese valor final, ese número al cual costo tanto llegar se utilice para otra ecuación tal vez mas complicada. Y, posiblemente, así sucesivamente (tal vez no en el momento de terminar esa última ecuación, pero probablemente sí se lo utilice en horas o siglos posteriores).
Se conoce el diámetro de nuestro planeta a pesar de su enorme dimensión. Y también lo que tarda en dar una vuelta exacta y completa al sol. Así se determino la duración de los días, la de los meses, las estaciones, los años, las décadas, los siglos.
El tiempo no escapa de los números, nadie ni nada lo hace; esto no es raro, es natural, es solo un descubrimiento, una determinación cuantitativa de algo que ya existe o fue creado. Lo realmente raro, lo realmente malo de los números es el carácter obsesivo que despierta dentro mío. Me es inevitable caminar sin dejar de pensar en la cantidad de formas numéricas que me rodean: En toda recta, en toda curva, en toda intersección de los conjuntos de puntos que me rodean paso a paso. Pasos que también son víctima de una medida exacta que no fue y nunca sera siquiera estimada, pero que inevitablemente existe, como si de verdad fuera crucial su existencia para el equilibrio de un universo que engrana equitativa y perfectamente cada una de sus billones y billones de partes esparcidas en el espacio, que hasta ahora cuya medida es infinita, tal como los números.

martes, 6 de marzo de 2012

Misterio

Allí duermo,
entre sus ropas brillantes,
bajo su largo pelo.

Allí despliego
poderosas serpientes
cubiertas de verde veneno;
escupo colmillos ajenos
y espero la desgracia
sentado en la copa
del árbol más alto del valle.

Amo y señor de su cuerpo,
amo y señor del demonio más cruel,
del más paciente,
del más inteligente.

Soy la ardiente sangre
del adicto al rocío nocturno,
aquel que con orgullo
da vida al exquisito arte
de robarse la vida ajena.

martes, 28 de febrero de 2012

Odontología

Dientes.
Dientes que se cruzan y se hablan,
se maltratan.
Lenguas, lenguas que bailan ciegas
entre el sudor adolescente,
entre las sabanas,
entre los dientes.

Dientes que se mienten
en la distancia.
Dientes que lentamente
se moldean en un vientre joven.
Dientes que se mueven
y envenenados
muerden piel ajena.

Dientes que tiemblan
y se duermen.
Metales filosos
que estudian y roen
asquerosos surcos,
asquerosos dientes,
ilegales besos en ciudades rebeldes.

Traiciones imprudentes bajo el sol
al pequeño y blanco vientre,
que entre el frío esconde tristeza
y pequeños blancos dientes
que son fruto de un error,
de un impulso adolescente.

Errores.
Más y más errores
desgarraron el amor de aquellos años:
Venganzas sexuales
que mueren al instante.
Piezas dentales
que se adhieren al caos.

Vestido de novia,
delantales blancos.
Barbijos que ocultan
compromisos falsos.

Saliva y lagrimas seguidas
de mas dientes en el mismo vientre
que hoy ríen y sienten
una intensa alegría
sin conocer todavía
el frío de las crueles herramientas
que apuñalan las encías
y dejan fluir la sangre entre los dientes.

La sangre entre los dientes.
La sangre entre los dientes.
Los dientes entre la piel.
La piel entre la sangre.
El sarro sobre los dientes,
los dientes entre la sangre de mi sangre.
La sangre sobre los dientes.
Los dientes dentro del vientre,
el vientre lleno de sangre.
El sarro sobre la piel.
La sangre entre los dientes.
La sangre entre los dientes.

domingo, 1 de enero de 2012

Individualismo

El frio análisis,
los números
y las probabilidades.
El error, la maldad.
El tan ansiado y utopico
órden personal.

(Las piezas llueven,
todo encaja.
Esta vez la suerte
destruyó todas mis ganas)

El misterio, el miedo.
Las malas experiencias
y el conocimiento.

Las ganas de sentirse pleno.
Ajeno; despierto y dentro mío veo
malos resultados,
varios y grotescos cambios
donde es rey el pecado
y reina la dulce tristeza
de un enfermo perturbado
que busca en su cráneo el descanso
que se fue junto a la esencia
de sus costumbres.

(Las piezas llueven,
todo encaja.
Esta vez la suerte
se anticipa ante la gracia
de la vil desesperanza)